Hernán Fuentes Ponce, ex alumno de la Universidad de Concepción, desde 2021 difunde la historia que vivió junto con su fallecida esposa y un compañero de universidad, en que lo aprendido en la Casa de Estudios sirvió para determinar identidades de detenidos desaparecidos.
Un día de 1966, en el Auditorio de Anatomía de la Universidad de Concepción, el entonces académico y futuro rector, Edgardo Enríquez Frödden, impartía una clase de Anatomía General a estudiantes de Odontología y Medicina, en la que enfatizaba a los alumnos que “cuando trabajen en cadáveres, ustedes jóvenes, tengan el respeto más grande por eso. Piensen que esa persona fue querida y amó”.
Esa frase nunca se le olvidó al odontólogo Hernán Fuentes Ponce, quien en aquel entonces cursaba el primer año de carrera. No pensó eso sí que 25 años después esa frase retumbaría en su mente con un sentido de realidad muy fuerte.
En 1991, a la oficina privada que tenía con su esposa, colega y ex compañera de universidad, Juanita de la Hoz Urrejola, llegaron cajas con 120 cráneos correspondientes a restos exhumados del Patio 29 del Cementerio General de Santiago de Chile, los cuales debían ser periciados para determinar si se trataban de detenidos desaparecidos registrados durante la dictadura militar.
“Tomamos las radiografías, hicimos lo que se llama ‘fichas post mortem’, anotamos todo lo que tuviera alguna tapadura, algún trabajo, en cada uno de esos 120 casos. Sabíamos que en la Vicaría de la Solidaridad había un archivo detallado de cada persona desaparecida”, cuenta Fuentes.
El odontólogo señala que estas osamentas llegaron hasta su consulta debido a que el Juez Juan Guzmán Tapia, a raíz de la desconfianza que había en aquel entonces hacia instituciones como la Policía de Investigaciones y el Instituto Médico Legal para realizar las pericias, destinó la misión a un equipo de la Universidad de Chile, el cual era dirigido por el Dr. Luis Ciocca Gómez y el Dr. Germán Ochsenius Vargas, odontólogo que se había especializado en el área forense.
Este último había sido compañero de Fuentes y De la Hoz en la Universidad de Concepción, por lo que no dudó en encargarle a sus amigos de antaño la toma de radiografías que sirvieran para determinar la identidad de los cuerpos encontrados en el Patio 29.
Ciocca y Ochsenius ya tenían experiencia anterior. Ambos fueron parte del equipo forense que realizó los peritajes de los primeros restos de detenidos desaparecidos encontrados en marzo de 1990, quienes fueron inhumados ilegalmente en el sector Las Tórtolas de Colina.
Ochsenius, en las juntas habituales que sostenía con Fuentes y De la Hoz, los mantenía al tanto de las labores sobre este caso, tanto por un interés científico como de derechos humanos.
Todo esto marcó fuertemente a Hernán Ponce, quien en los últimos años ha buscado difundir esta historia a través de la literatura.
“Yo quedé viudo, Juanita murió joven. Después dentro de las cosas que hice para compensar la soledad entré a un taller literario con el psiquiatra y dramaturgo, Marco Antonio de la Parra. Pero siempre que intenté contar la historia de los tres detenidos desaparecidos encontrados en Colina no me resultaba. Además, en el taller varios opinaban, esto por ahí en el 2001, en que a nadie le iba a interesar esto”, señala Fuentes.
Después de años sin encontrar un lenguaje, durante la pandemia despertó un día y encontró la fórmula que en 2021 lo llevó a publicar de forma independiente su libro ‘Ellos tenían una historia que contar’, en el cual relata estas experiencias ficcionando la voz en primera persona de las víctimas encontradas en Colina: Vicente Atencio Cortez, Eduardo Canteros Prado y Alejandro Ávalos Davidson.
A través de este libro, relata cómo se sintió se parte de esto, por ejemplo, el tomar conciencia de que las osamentas pertenecían en muchos casos a personas que deberían haber tenido la misma edad que ellos.