"Quise ser uniformada, profesora y asistente jurídico, pero las cosas no se dieron. A mi edad ya no seré nada", cuenta la señora María, quien nació en la casa en la que vive sola, desde que murió su patrona.
Daniel Tapia Valdés
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Sin más compañía que sus dos perros -Sara y Selva- María del Carmen Herrera (80) pasa sus días entre cuatro paredes en una casona vieja en Orompello, entre San Martín y Cochrane.
Y es que las historias de esclavitud escritas en libros de tapa dura y contadas en películas hollywoodenses no son sólo cuestión de ficción. María, sencilla, de voz aguda y paso lento, ha pasado toda su vida en esa casa.
"Sólo sé trabajar, y eso lo agradezco. Nací como esclava en esta casa, era mi destino, no me puedo quejar de lo que viví porque era el destino", dice convencida.
Hasta septiembre del año pasado vivió con su patrona, quien falleció en el hospital. Desde ese día, vive sola en esa casa.
"Nada de lo que hay aquí es mío, no he tocado nada porque no me corresponde", dice. Hoy está postulando a algunos hogares de ancianos, no muy convencida, porque es probable que deba dejar a sus perros en otro lugar.
"Me muero si no estoy con mis perritas, ellas son mi familia. Ésta (la perrita Sara, en la foto) es mi regalona, me cuida en la noche y me entretiene en las tardes. La Selva también es regalona, pero no la puedo tener adentro porque se ponen a pelear".
Como anécdota, está convencida que gracias a Sara, Chile ganó la Copa América. "Ella juega a la pelota con las galletas y hace goles cuando le pega a la pared, ese es su arco. Yo le celebro todos los goles y ella se desarma dando vueltas y moviendo la cola", cuenta María con inocencia.
No alcanza el dinero
El drama de María es el mismo de casi 30 mil abuelitos que viven solos en la Región, y que, por el bajo monto de las pensiones, deben dejar de lado algunos medicamentos para poder guardar algo de dinero para poder comer.
María recibe una pensión de 80 mil pesos, los que tiene que dividir entre el consumo de agua, luz, parafina para la calefacción, sus medicamentos y el alimento de su única familia, las perritas.
Pero como no le alcanza, en los días en que no hay parquímetro en la zona de estacionamiento, frente a su casa, María se calza el chaleco reflectante y aprovecha de juntar un poco de dinero acomodando vehículos.
Dice que salir a trabajar es su recreo, porque disfruta conversar con la gente y además le sirve para juntar "unos pesitos extras. Aunque en realidad yo no necesito mucho, con 4 mil pesos que me haga el fin de semana para mí está bien", cuenta.
Malas condiciones de vida
Es que tampoco puede acumular tantas reservas. El deterioro de la casona -y con varias habitaciones desocupadas y cajas apiladas en ellas- es el escenario perfecto para la proliferación de ratones y humedad, lo que se transforma en una mezcla demasiado peligrosa para los adultos mayores.
Además del frío, los posible focos infecciosos que acarrean dos animales sin sus vacunas al día o los respectivos tratamientos, delatan las malas condiciones en las que vive María. No tiene hermanos, papá ni mamá. Tampoco tiene calefont. Sólo tiene a sus perros.
Enfermedades
María tiene artritis, por lo que hay veces en las que el dolor no la deja levantarse y el frío es su peor enemigo. "Otras veces siento que me duermo, que quedo medio inconsciente", cuenta.
Gracias al Programa de Atención Domiciliaria al Adulto Mayor (Padam), ayer María concretó la tramitación de nuevos lentos ópticos, los que le permitirán cambiar los que hoy usa desde hace 30 años.
"Ahora podré volver a leer los cuentos de Agatha Christie y los textos científicos que tanto me gustan", dijo.