
Acuerdos sociales que parecen básicos a la luz de la experiencia histórica de la humanidad y de nuestro país, aparecen de pronto bajo el ataque de un sector que los ve como obstáculos a objetivos superiores de orden y estabilidad, o cuando menos, como adornos desechables del sistema respecto de los cuales se puede prescindir en la medida que las circunstancias (determinadas por ellos mismos) lo ameriten.
El complejo escenario al que hemos sometido a una cada vez más frágil democracia, no solo tiene que ver con el evidente deterioro del diálogo y la deliberación sino ha ido aún más lejos y ha comenzado a horadar las bases de nuestra Institucionalidad.
La repulsa hacia lo distinto nos hace cerrarnos en las redes sociales para acceder sólo a lo que nos reafirma caricaturas y prejuicios que nos hacen deshumanizar al “otro”, que no es más que uno mismo.