Si el conflicto tiene por objetivo la aniquilación de la existencia del otro, resulta imposible concebir su utilidad para la unión y el progreso del grupo social.
Aquí se cumple perfectamente aquella antigua frase que dice: que no hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo resista.
La batalla fue dura para nuestras antecesoras, que lograron romper los esquemas y regalarnos el derecho a elegir a nuestros gobernantes.