A través de su experiencia cotidiana en la Dictadura y los primeros días del Golpe de Estado, el también poeta, guionista y productor cultural rememora sus vivencias en plena Dictadura.
Eran las 08:15 de la mañana del 11 de septiembre de 1973 y, un Alexis Figueroa de 17 años, estudiante de Filosofía de la Universidad de Concepción, estaba en plena clase de introducción al materialismo dialéctico, “curiosamente, un ramo muy vinculado con la teoría marxista”.
Transcurridos unos minutos del ramo, entra el querubín a la sala -así se le llamaba al ayudante del profesor-, y da la noticia de que algo no andaba bien: “cabros, váyanse, porque los milicos están entrando a la universidad”.
Con aquella escena, el escritor penquista, Alexis Figueroa (67), recordó que “esa fue la primera noticia del Golpe para mí. Yo era muy joven, y, además, mi ideología y mi actitud ante el mundo era la de los hippies. Un hippie más, un heredero de los 70”.
Para el joven alumno universitario la intervención militar fue una sorpresa. “No había ninguna información de lo que esto se trataba. Yo diría que para mucha gente igualmente no había ninguna información, ninguna noción de lo que se trataba”, todo se vino a saber tiempo después. Y así lo corroboró Alexis Figueroa.
El poeta, que publicó su primer libro en la década de 1980 titulado como “Vírgenes del Sol Inn Cabaret” (1986), explicó que los días siguientes al Golpe eran de una incertidumbre total, lo que se traducía, muchas veces, en una cotidianidad y realidad sin norte ni plazos, al menos para el ciudadano que no estaba involucrado en política.
La conmoción en la sociedad era tal que Figueroa recuerda haber escuchado una conversación en una micro, días después de la intervención militar, donde dos hombres que iban delante de él teorizaban que “no si los milicos van a estar un par de meses y después va a haber elecciones”.
“Ese pensamiento era común en mucha gente también. Se creía eso, por eso te digo: nadie tenía idea de lo que era un Golpe de Estado ni de sus consecuencias. El día mismo del golpe, los días subsiguientes, la violencia fue ejercida de forma muy focal, muy radical y muy especializada, si se puede decir así”.
La crónica vivencial de Figueroa explica que, en un principio, la vida, a “nivel de macro movimiento”, seguía siendo la misma. De que había restricciones específicas, las había, pero en la cotidianidad no se vio una irrupción brutal, sino que puntual.
Ahora bien, Alexis Figueroa señala que “el horror del Golpe vino después. Por ejemplo, en las portadas de los diarios como La Tercera y El Mercurio, donde en primera página colocaban instructivos para reconocer a los marxistas entre sus vecinos y entre sus amigos, entre sus familias”.
¿Y esos instructivos que decían?: “Cómo reconocerlos, qué tipos de libros leían, cómo vestían, cómo se expresaban. Otro nivel de horror fue el hecho de exigir a las mujeres que usaran faldas y no pantalones y que los hombres tenían que cortarse el pelo. Todas esas cosas son las que configuran el horror social”.
Asimismo, Figueroa explicó que, si bien en el centro urbano no se veía mucha alteración en la vida cotidiana de los ciudadanos que no estaban inmersos en política, para alguien del Partido Comunista, Socialista o del MIR, “la sociedad y la ciudad cambió radicalmente ese día”.
“Pero alguien que no estaba metido en el tráfago del movimiento político y todo eso, la ciudad casi podría haberse notado igual como cualquier otra ciudad, con la diferencia de que podías ver pasar camiones con militares. Es como algo distante que está invadiendo la ciudad pero que no toca directamente a ti”, como en el estallido social, comparó.
A ello, incluyó que “mucha gente dice hoy que los militares arreglarán todo. Yo creo que con un par de meses del régimen militar se darían absoluta cuenta de las consecuencias de algo así. Porque, sencillamente, la gente de hoy no tiene conciencia del grado de libertad que tienen. Si la perdieran de la noche a la mañana, ahí no bromearían más con que vuelvan los milicos”.
El conocimiento general de que existían detenidos desaparecidos también vino después. Según explicó Alexis Figueroa, esto se supo por aquellos que lograban salir libres de las islas Dawson, Quiriquina o de Pisagua. “El común de la ciudadanía lo fue reconociendo después, en la medida que el universo de los tocados se fue expandiendo a través de las familias, a través de sus contactos”, explicó.
Si bien el también guionista no fue afectado directamente por los crímenes de la Dictadura, ni tampoco sus familiares, sí rememoró a tres compañeros brasileños de la Facultad de Filosofía -donde también había otros de Venezuela, Colombia-, quienes habían llegado a Chile a estudiar tiempo antes del Golpe Militar.
Ellos vivían a unas cuatro cuadras de Figueroa quien, en ese tiempo, residía a unos pasos del Sanatorio Alemán de Pedro de Valdivia, en la Avenida Francesa. “A los cinco días del Golpe voy a verlos. Me acuerdo que golpee la puerta y aparece uno de ellos -no me acuerdo el nombre ahora-, me queda mirando y mi dice: ‘Alexis, tú no tienes que estar aquí, anda a tu casa y no vuelvas jamás acá donde estamos. Esto es un Golpe de Estado, tu no sabes lo que significa eso. Yo soy un estudiante que viene escapando de una Dictadura en Brasil’”, dijo.
Los detuvieron. Sí, pero, como dijo el escritor, se salvaron: los soltaron y escaparon. “Ahí como por primera vez yo tuve el choque de realidad. Es algo que está pasando, algo que no puedo dimensionar. Pasó el tiempo y la sociedad siguió funcionando igual y volví a clases el 74”.
Así como también volvió a la Facultad, volvió a participar en el movimiento artístico que resistía los encuadramientos de un régimen totalitario.
Sincero y con una cruda realidad en sus palabras, el escritor penquista explicó que, a su parecer, la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado es algo complejo y vislumbra el difícil camino al consenso de la nación ante el hecho histórico del 73’.
Hay gente que “vive en esta sociedad y que no tiene la menor idea de la palabra pasado como sentido vital. Viven en un presente eterno en donde todo el pasado es una maraña confusa, una nebulosa que no les interesa”.
A su mirada, el consenso es difícil. Hay gente que encuentra que el golpe fue lo correcto, para otra parte de la sociedad implica un dolor terrible porque implica pérdida, ruptura, y, está aquel sector social que no trabaja la memoria, que solo vive el presente como si nunca hubiese existido un pasado que construye y está en el ADN de una nación.
“No se puede hacer un consenso social ante esto, no lo creo. A lo más, lo que podemos hacer es conservar vivo el recuerdo y la memoria de lo que pasó, nada más que para documentarlo como un suceso que trajo una cantidad de efectos de dolor, daño, muerte. Una barbaridad”, cerró el literato.