Política

Candelaria Acevedo rememora los 35 años del sacrificio de su padre

María Candelaria Acevedo, hija de Sebastián Acevedo, rememora junto a Diario Concepción una jornada que la marcó a ella y a todo un país, a 35 hijos de la inmolación de su padre en la catedral.

Por: Javier Cisterna 25 de Noviembre 2018
Fotografía: Isidoro Valenzuela M.

El 11 de noviembre de 1983, Sebastián Acevedo culminó su peregrinaje por las calles de Concepción luego de tres jornadas frenéticas.

Coronelino, comunista y trabajador del Programa de Ocupación para Jefes de Hogar, Pojh, llevaba varias noches sin dormir tras la detención el día 9 de María Candelaria y Galo, dos de los cuatro hijos que crio junto a su esposa Elena Sáez.

Acusados infundadamente de participar en comandos terroristas y sindicados por su militancia en las juventudes del PC, los Acevedo eran un blanco reconocido de la Central Nacional de Informaciones (CNI), principal órgano represivo del régimen de Pinochet. Ambos así lo sabían.

—Yo siempre dije: o me matan o soy parte de una lista de presos políticos, no tengo otra opción. Ante eso asumí lo que tenía que asumir. Había decidido luchar en contra de la dictadura a pesar de que tenía dos hijos. Era un imperativo —cuenta hoy María Candelaria Acevedo, a 35 años de ese noviembre triste.

Los hermanos fueron llevados por separados al cuartel Playa Blanca de la CNI. Allí se les aplicó interrogatorio bajo tortura, además de otra clase de vejámenes propios de una política de apremios que con el tiempo —a una década del Golpe de Estado— había sido profesionalizada.

En el intertanto, la incertidumbre se apoderaba de la familia Acevedo. Sebastián, convencido de que del nivel de persistencia dependía la libertad de sus hijos, ese mismo 9 de noviembre comenzó a recorrer comisarías e ideó una carta dirigida al intendente de la época, Eduardo Ibáñez, rogando por el paradero de Galo y María Candelaria.

Los intentos se replicaron con más ímpetu el día 10, hasta que el 11, cautivo de la máxima angustia, decidió trasladarse desde Coronel a Concepción.

La historia de Sebastián Acevedo en el corazón penquista es conocida.

Su primera estación fue la prensa escrita de esos años, para luego allegarse al Arzobispado de la capital regional, donde una vez más exigió ayuda en medio de la búsqueda infructuosa.

Frustrado por la nula respuesta, compró dos bidones de acelerante, retornó a las escalinatas del edificio eclesial y se roció bencina y parafina. Minutos después, mientras cruzaba la calle para dirigirse a Plaza Independencia, en un acto de protesta desesperado, utilizó un encendedor y se prendió fuego. “¡Quiero que la CNI devuelva a mis hijos!”, repitió incesantemente hasta que la ambulancia lo llevó al hospital base de la ciudad con el 95% de su cuerpo quemado.

La reconstitución cronológica posterior dirá que Sebastián Acevedo se inmoló a las 15:30 horas y que hacia las 16:00 ingresó al Hospital Regional para ser internado. En paralelo, en el cuartel Playa Blanca de la CNI, María Candelaria era convocada para un último interrogatorio.

Semi vendada, le dijeron que esta vez un supuesto sacerdote escucharía lo que tenía que decir. —Pero la voz y las botas lo delataron, era militar —narra. Tal como en las ocasiones anteriores, se limitó a contestar “soy militante de las Juventudes Comunistas y encargada de finanzas. Me conocen como Violeta, Fabiola y Ana”.

A eso de las 17:30 finalmente quedó en libertad. Los oficiales de la CNI la dejaron en la puerta de su hogar, en Coronel, a las 18:00. Una de sus hermanas la recibió, advirtiéndole de la noticia del sacrificio de su padre.

—Mi hermana me dijo “tú no sabes lo que pasó... el papá se quemó en la catedral”. El sujeto de la CNI que me acompañaba dijo que ellos no tenían nada que ver. Ahí yo me enteré de que mi papá se había prendido fuego.

Ayudada por un cura vecino, María Candelaria emprendió camino al hospital, donde comenzó a asimilar el volumen de la tragedia.

Sebastián se negó a recibirla. Le remarcó al médico tratante que no quería que lo recordaran en el estado de deterioro en que se hallaba. Sí accedió a un contacto por citófono, en lo que sería el último diálogo de padre e hija.

—¿Cómo te decía cuando niña? —preguntó con agudeza Sebastián, a penas con vida, pero lo suficientemente escéptico.

—La “patita de canario”, papá. Soy María Candelaria —le repitió varias veces la muchacha de entonces 26 años, ganándose la plena certeza del hombre que por ella había entregado la vida.

Hablaron casi cinco minutos. Sebastián le insistió a María Candelaria que debía cuidar a su madre, que tenía que liberar a su hermano Galo —quien recién salió del encarcelamiento en noviembre de 1985— y que la principal misión que se le venía por delante era mantener “derechitos” a sus dos hijos.

Como si se tratara de tareas sencillas, María Candelaria le sumó una última que hasta hoy se mantiene inconclusa o más bien en pleno desarrollo: nunca abandonar el activismo por los Derechos Humanos.

Sebastián Acevedo moriría esa noche poco antes de las 00:00 horas.

—Yo tenía dos opciones después de que salí de la cárcel y conocí el sacrificio de mi padre: irme a mi casa para seguir lamentándome, sufriendo por lo que había ocurrido, o salir más fortalecida y seguir luchando por lo que yo creía justo. Opté por lo último. Me mordí mi pena, me mordí mi rabia, porque tenía una familia, pero también tenía a otros compañeros en la cárcel. Yo salí mucho más fortalecida y sigo estándolo. Soy una militante de los Derechos Humanos.

María Candelaria, sencillamente Candelaria o “la Cande”, querida y respetada, se encuentra volcada a las acciones de memoria a través de rutas guiadas, expresiones artísticas y el esfuerzo de la Corporación de Derechos Humanos Sebastián Acevedo.

—Nuestro trabajo es en función de la memoria, de rescatar y promover la educación y defensa de los Derechos Humanos. Queremos contar la historia de Sebastián Acevedo y también dejarles un mensaje a los jóvenes. Ellos son los llamados a cambiar este país y a conocer la historia de los detenidos desaparecidos y ejecutados políticos para no repetirla. Ahora son los jóvenes los que deben llevar esa bandera de lucha, ser más tolerantes, tener esa relación con el resto de la sociedad y que no volvamos a esa época oscura por el hecho de pensar distinto. Tenemos que contar lo que pasó.

—En diciembre se presenta en Coronel un libro inspirado en la vida de Sebastián Acevedo, “Un hombre en llamas”, de la periodista María Eliana Vega. A 35 años de ese noviembre que la marcó para siempre, ¿qué piensa hoy cuando recuerda a su padre?

—Que si algo debo agradecerle, es nada menos que la vida que hoy tengo.

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