Europa empieza a acostumbrarse a convivir con la extrema derecha y lo que viene de la mano: nacionalistas, populistas, autoritarios, conservadores, xenófobos, homófobos… En Sudamérica, el rechazo a la izquierda bolivariana y a la centroizquierda, a la corrupción y a la inseguridad, empuja a jugar con fuego. Allá y acá, la democracia liberal arriesga su supervivencia.
Cómo mueren las democracias. Cómo salvarlas.
Gran tema. Hace cinco o diez años probablemente no habría vendido mucho. Ahora, el libro de Steven Levisky, politólogo, académico de Harvard, y Daniel Ziblatt, también de Harvard y autoridad en estudios de democracia y autoritarismo, encabeza el ranking de los más vendidos en Estados Unidos. Entre chilenos, probablemente el texto sea un perfecto desconocido. El tema, no.
“Estamos viviendo el final de un mundo y el nacimiento de otro”, dijo la líder del partido de ultraderecha Frente Nacional, Marine Le Pen, haciendo campaña para las presidenciales 2017, que perdió con poco más de 35% en segunda vuelta.
En buena parte tenía razón. El mundo nuevo trae olas “ultra” de distintos tipos: nacionalistas, conservadoras, populistas, racistas, autoritarias, homófobas, xenófobas, antiglobalización, euroescépticos …
Y el presente, más aún el futuro, se divisan bien inciertos.
“Durante la Guerra Fría, a pesar de la amenaza nuclear, todo parecía más ordenado; cada potencia tenía su hegemonía. Salvo la caída del Muro de Berlín, todo era más previsible”, sostiene el académico de la U. Alberto Hurtado, Isaac Caro. Y sigue: “Hoy, aparte de la crisis de las ideologías, vivimos en un mundo cada vez más complejo, donde suceden imprevistos. ¿Quién pensó que se iba a producir tal distanciamiento entre Estados Unidos y Europa, algo sin precedente desde la Primera Guerra? ¿O que EE.UU. tuviera tal acercamiento con Corea del Norte?”.
Hasta 2011, el Viejo Mundo y América Latina consideraban a la ultraderecha como un fenómeno tan marginal, que ni existía mucha investigación sobre el asunto.
Seis años atrás, nadie imaginaba siquiera que llegara al Gobierno.
Pero las hojas de la historia van pasando muy rápido…
Hoy, la extrema derecha está presente en 17 parlamentos de la Unión Europea y en 8 de 10 de las mayores economías del grupo. Forma coalición gubernamental en Austria e Italia. Gobierna en Polonia, como primer ministro, además al mando de las FFAA, tristemente célebre por barrer con la independencia de los poderes del Estado, entre ellos, el Judicial (el que mueve los hilos, eso sí, es Jaroslaw Kaczynski, fundador y líder del PIS ). Y gobierna también en Hungría, donde el Fidesz consiguió 49% de respaldo, permitiendo la tercera reelección consecutiva de Viktor Orbán.
Lo que sucede en estas dos naciones representa, una involución democrática. Y la Unión Europea puede recurrir al Tratado de Roma, donde se establece que en si existen valores contrarios al bloque y a la democracia liberal, cabe condena con sanciones económicas y suspensión del derecho a voto en temas de la UE. Por estos días, claro, la principal preocupación del bloque es el Brexit.
Sería erróneo limitar la acción y presencia de la ultraderecha a casos donde se acerca y/o está en el poder. Porque los partidos, hiperactivos, avanzan cuarta por noche.
Alternativa para Alemania, por ejemplo, nació en 2013, como “euroescéptico” y se convirtió en el primero -situado entre derecha y extrema derecha- que aterriza en el Bundestag en más de 70 años.
Europa, sostienen analistas, empieza a acostumbrarse a convivir con los ultras. “No descarto que en las próximas presidenciales francesas aparezca Jean-Luc Mélenchon (izquierda) y Emmanuel Macron (derecha), en una situación de polaridad como la de Brasil ahora. Y en Chile no sería descabellado pensar una elección entre alguien del Frente Amplio y José Antonio Kast”, comenta Caro. Coincide el abogado y cientista político Eduardo Saffirio. En todos los escenarios, el centro desaparece.
Hace ocho años, el continente miraba a estos movimientos como algo excepcional, aunque, a decir verdad, la extrema derecha surgió a fines de los años 20, en tiempos también de crisis económica.
Unos responsabilizan de esta ola a la socialdemocracia. Porque fracasó y se fue amigando con la centroderecha y el neoliberalismo (en los sistemas parlamentarios es imprescindible unirse). Otros achacan responsabilidad a la propia derecha, incapaz de apearse a los tiempos. No pocos anclan buena parte de su análisis en la crisis Subprime de 2008, que dejó millones de cesantes, de hipotecas impagas y huellas negras por el gran frenazo del crecimiento mundial. En 2011, por las fronteras norte de Europa, apareció otro involucrado: el inmigrante. La guerra civil de Siria y de Libia empujó hacia el Viejo Continente, donde los musulmanes ganaron rápido rechazo. Por el sur europeo llegaron a lanchadas desde África y el panorama se hizo ovillo.
Agrega Caro:
“Después de la Guerra Fría vino el fracaso de los socialismos, cayó el Muro, se desintegró la Unión Soviética y el primer cambio importante fueron los extremismos populistas de derecha, constituidos como principal fuerza de disenso ante el nuevo orden mundial y, sobre todo, el nuevo orden europeo, con la UE. Arremeten con fuerte discurso contra todo lo que representa el bloque. Fue el primer acto”.
Luego, con la inmigración subió el tono, animada por el aumento de la pobreza, corrupción, niveles de delincuencia, violencia e inseguridad.
Los “ultra” se plantearon entonces como ajenos a la política tradicional y a sus vicios, defensores de la identidad nacional de cada cual, de su cultura, valores y creencias. Con un mensaje xenófobo, se plantaron como “la vía” de solución de todos los problemas.
Entre el ramillete de movimientos y partidos, aparece el fascismo y neo nazismo. Y, según Caro, “todo indica que no pertenecen al pasado. Algunos partidos no son abiertamente neonazis; otros sí, como Amanecer Dorado en Grecia, decidido admirador de Hitler, que está en el Parlamento. O como Alternativa para Alemania. Otros no neonazi cuentan con el voto de grupos de creciente importancia como los Skin head. El discurso antisemita y homofóbico está presente en todos. También en Chile”.
(En Concepción, el Movimiento Social Patriótico, MSP, anunció recientemente su llegada y dice estar instalado además en Coronel y Los Ángeles. Pretende convertirse en partido).
En pocos años, todo se desató. Después de asumir Donald Trump en EE.UU., la tendencia llegó con nuevos bríos a Sudamérica, donde campea el descontento con la izquierda y centroizquierda, el desprestigio de la política, de las instituciones, los magros resultados económicos, la desprotección del Estado hacia los más vulnerables, los “perdedores” de la globalización, la violencia e inseguridad y la corrupción sistémica (en el caso de Brasil) y de menor tonelaje en otras naciones aunque en Perú, por ejemplo, son varios los presidentes presos.
Punto aparte para los gobiernos de la otra izquierda, la bolivariana, donde los mandatarios son elegidos democráticamente y luego, desde dentro, destruyen el sistema. Venezuela, Nicaragua y Bolivia, sus botones. El modelo lleva no solo a perpetuarse en el poder, sino también al caudillismo, crisis económica, política y, en el caso de Venezuela, humanitaria.
“En Chile, si no hay crisis económica, no pasará nada relevante con esto”, asegura Saffirio, recordando que la extrema derecha surgió a comienzos del siglo pasado, pero su auge obedece al desempleo y precariedad.
Pero ¿es un proceso sin vuelta?
Saffirio admite que todo “está súper complicado en Chile, desde el punto de vista de la debilidad de los partidos”. Agrega:
“Las olas democráticas vienen siempre detrás de tragedias. Muy probablemente todos los que en América Latina se olvidaron de las dictaduras militares encuentran que Bolsonaro tiene razón y que los militares van a arreglar el problema de la corrupción y la inseguridad. Pero resulta que en Brasil hay al menos cuatro cosas dando vuelta: han vivido una recesión brutal, aparentemente más dura que los coletazos de 1929. Tienen 20 millones de desempleados. Una corrupción sistémica de 30 años y la pérdida de la capacidad del Estado no solo en el control de la delincuencia sino también en la provisión de bienes públicos porque está socavado por la corruptela. ¿Qué sacas con aumentar recursos y diseñar programas sociales si no tienes los canales adecuados para llegar a la gente? Acá haces el “Chile crece contigo” y es un éxito porque todavía tienes Estado para eso. Allá no”.
En los años 20, el mundo caminaba hacia la crisis. Después vino el nazismo y el fascismo. Parece una película parecida a la de ahora. Caro comenta:
– La oleada de extremismos de derecha hace recordar que al otro lado del Atlántico no han desaparecido. Y, aterrizando en la región, que las dictaduras militares de Centroamérica y Sudamérica desde los años 60 hasta los 80, siguen siendo rememoradas y reivindicadas por algunos líderes y partidos. Claro que el escenario internacional es distinto al de hace un siglo; bastante más complejo en lo económico, culturas, valores. Por tanto, hoy la ultraderecha tiene un planteamiento en la línea de retroceder. No sorprendería que vuelva a prohibir el divorcio; recordemos que está asociada a grupos religiosos. El franquismo ayer, el Frente Nacional hoy se acercan mucho a posturas integristas católicas, en gran medida contrarias a las reformas del Concilio Vaticano II, de principios de los ´60.
“Nada de esto es positivo”, dice el diputado UDI Jaime Bellolio. “Todo fanatismo implica cierta irracionalidad, no ponderar los hechos de manera de ver los matices necesarios para no caer en lo mismo que criticas”.
– Lo que vemos, sin embargo, es que ante el descontento simplemente se opta por cambiar de signo. Demagogia de izquierda por demagogia de derecha. O al revés. Y se reivindican dictaduras en beneficio del orden y el fin de la corrupción… ¡si ya vimos que todas son corruptas!
– Sí, todas. Tienes razón: la solución no puede ser otra demagogia. Es jugar con fuego. Lo que sucede en Brasil es similar a lo de Venezuela, que hizo subir a Chávez que era militar. Iba a poner orden, terminar con la corruptela, trabajar por los más vulnerables. Ya vimos. Bolsonaro -que tiene apoyo militar- ha dicho que no cree en la democracia liberal, en el fortalecimiento de la libertad de las personas y tanta frase indignante que, con poder, puede pasar a otro grado.
Entre los detonantes de la explosión “ultra”, al centro del foco, brilla la globalización. La ola que “llega a todas las playas”, como dice Eduardo Saffirio, plantean volver a lo anterior, defender lo nacional y plantar barreras arancelarias (además de las morales, culturales y raciales).
¿Qué sucedió?
Comenta Saffirio:
“Es que nos contaron un cuento que iba contra todos los principios básicos de un curso de economía internacional. Efectivamente, la globalización genera un impacto positivo, si comercias cosas especializadas, aumentas la productividad y las posibilidades de consumo. Pero lo que no dijeron es que produce efectos distributivos muy fregados al interior de los países, deja muchos perdedores. La globalización era fantástica mientras los países pobres vendían materias primas. Pero hoy varios, principalmente los asiáticos, comercian productos industriales y, crecientemente, servicios. Entonces las naciones ricas ven que la globalización también les pega y daña sus sociedades como sucede, por ejemplo, los del cinturón de acero en EE.UU. Todas estas personas se sienten muy inseguras, están perdiendo estatus, temen al futuro. Y los jóvenes ven muy desconcertados que para nada es claro que continúe el ascenso de las generaciones anteriores; más bien, puede venir un retroceso”.
Sigue:
“Se acabó la bonanza de las materias primas y empezó la alternancia. Como gobernaba la izquierda o centroizquierda, ahora el ciclo va para la derecha o ultraderecha… En América Latina han disminuido los pobres, pero ahora convertidos en “capas medias” son híper vulnerables a la primera contracción económica, a enfermedades, desempleo y jubilación. Viven con una inseguridad muy grande, se espantan ante la posibilidad volver a caer en la estratificación social. Y el futuro amenazante los lleva fácil a creer en recetas populistas”.
El diputado Bellolio agrega:
– Los modelos de desarrollo están en duda. Tanto así, que antes los economistas hablaban de los factores claves para que las naciones progresaran. Hoy escriben sobre por qué los países fracasan. Frente al futuro incierto empieza el miedo al inmigrante, al que es distinto… son estas cosas las que grupos políticos ultra capitalizan como “causas” que asumen casi como religión.
Para recordar: el reciente estudio del Banco Mundial reveló que, en 50 años, de 1960 a 2010, de todas las naciones en vías de desarrollo, apenas 5% lo alcanzaron.
Esta semana, cuando el candidato Jair Bolsonaro escalaba en las encuestas y José Antonio Kast, ex aspirante a La Moneda y líder de Acción Republicana, preparaba maletas, la timonel UDI Jacqueline van Rysselberghe ya estaba en el avión para, en pocas horas, llegar hasta la casa del ex militar, ex político y ex parlamentario por 30 años, que solo presentó dos proyectos de ley en siete periodos.
De vuelta, JVR trajo saludos del brasileño para el presidente Piñera.
Acá la UDI se incendió. Comenta el diputado Jaime Bellolio:
– Para mí el problema es, primero, que involucre a todo el partido cuando ni se nos preguntó al respecto. Segundo, que dé como señal que este tipo de liderazgo nos gusta, cuando es justo lo contario: no me gusta. No por ganar a la política corrupta de Partido de los Trabajadores y al Foro de Sao Paulo (La Habana, julio 2018) se puede pensar que “cualquier cosa es mejor”. La decisión la tomó sola. Es grave. Nos involucra porque quiere ganar la partida a Kast y porque así inicia su campaña presidencial. Pensará `con esto consigo los votos de Kast y, además, los de la UDI; por tanto, gano la primaria´.
(En diciembre, además, la UDI elige directiva y JVR espera ser reelecta).
Un día después de JVR, el que estaba con Bolsonaro era Kast. Trajo de vuelta “un abrazo” para el mandatario chileno.
No hay para qué explicar por qué: Cómo mueren las democracias figura hoy entre los más leídos en Estados Unidos. Levitsky y Ziblatt ponen el ojo en el rincón oscuro donde muy pocos miraron y donde engordó la araña.
En 330 páginas, analizan desde la dictadura de Pinochet hasta el discreto y paulatino desgaste del sistema constitucional turco por parte de Erdogan.
Muestran cómo han desaparecido diversas democracias y qué hacer para salvar la propia. Porque, dicen, la democracia ya no termina con un bang (un golpe militar o una revolución), sino con un leve quejido: el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, como el sistema jurídico o la prensa, y la erosión global de las normas políticas tradicionales.
Pero hay opciones de salida, afirman.