El historiador mapuche Fernando Pairicán realiza una retrospectiva en torno a Lumaco y Matías Catrileo, al tiempo que analiza la postura dialogante del Gobierno y su faceta multicultural.
“Lo que hace el libro es reunir todas las voces para dar una versión coral de lo que es una persona”, cuenta Fernando Pairicán, historiador mapuche, cuando se le solicita una descripción breve de su última obra “La biografía de Matías Catrileo” (Pehuén, 2018).
De paso en Concepción en el marco de un foro convocado por la Facultad de Ciencias Sociales UdeC, el también autor de “Malón” suscribe que la figura del hoy emblema mapuche se encuentra en disputa, tanto desde las orgánicas como la intelectualidad.
En ese sentido, remarca que la narración más completa es la de familia Catrileo, pero que Matías es, a la vez, todo lo que se cuenta de él.
— El libro hace hincapié en el autodescubrimiento identitario de Matías Catrileo. ¿Es ilustrativo de un tiempo?
— Responde al movimiento indígena latinoamericano, a la gran revuelta que comienza en la década de los ‘90 con mayor claridad. Responde al movimiento mapuche, a todos los ingredientes políticos e ideológicos que se han sembrado desde las comunidades para el conjunto del mundo mapuche como un proceso de construcción y para revertir el estado de opresión. Pero sobre todo de reconstrucción. Matías es alguien que reconstruye, como muchos mapuche, su identidad política y la pone al servicio del movimiento.
— ¿Crees que actualmente hay jóvenes en la misma senda?
— Creo que siguen en ese mismo tránsito. Lo que veo es un empoderamiento mucho mayor de la población mapuche. Muchos ven como referente a Matías. Hoy el movimiento mapuche ha recuperado tierra, está en el debate político, hay escritores indígenas y existe toda una corriente que creo que corresponden a esta lucha.
— Sabemos que no conviven en armonía esas distintas visiones en el mundo mapuche.
— Yo no creo en la armonía, creo en las tensiones y creo que la convivencia tiene que darse en torno a las tensiones, por lo tanto, no me parece negativo que existan, que haya diferencias en el mundo mapuche de la ciudad y el campo, por ejemplo. Creo que esas tensiones son las que hacen justamente que el movimiento sea creativo.
— ¿Cómo se construye una posición fuerte desde esa diversidad?
— La hay en la práctica. Creo que el mundo mapuche se coordina políticamente mucho más de lo que algunos creen. Me parece también que el mundo mapuche antiguo también fue así, tuvo una individualidad dentro de la colectividad. Hay una forma de entender la política desde la horizontalidad en que la individualidad es parte del colectivo.
— ¿Cómo observas el rol político que intenta jugar la CAM y Héctor Llaitul?
— Yo creo que la CAM siempre fue política y que es una de las organizaciones más políticas que ha tenido el movimiento mapuche. Es una de las organizaciones que fueron fundamentales a fines de la década de los ‘90 y a principios del siglo XXI para posicionar las ideas mapuche. Cuando se reduce todo el pensamiento político de la CAM a la violencia, me parece que se comete una falta de respeto a la organización. En cien años más la CAM va a tener muchos más estudios, creo que es fundamental.
— ¿Cuál es tu reflexión desde las acciones de Lumaco hasta hoy?
— Desde Lumaco uno ve un destello de crecimiento y de desarrollo político e intelectual del mundo mapuche como nunca antes había estado tan claro. El desarrollo de organizaciones políticas, de escrituras mapuche profundas, de personas que se declaran orgullosas de ser mapuche, de abuelas que empiezan a hablarle a sus nietos en mapuzungún. Nunca hemos visto la trascendencia de las organizaciones mapuche en la sociedad indígena, una sociedad racializada, empobrecida y dominada.
— ¿Ves una apertura al diálogo desde La Moneda?
— Lo que plantean los gobiernos de la Concertación y de derecha es que haya un mundo mapuche emprendedor, y que ese emprendimiento sea a partir de una identidad indígena. Como el mundo mapuche ha tenido una escalada de detrimento, hacia la pobreza, al final pone su identidad al servicio de la economía para poder sobrevivir. Eso es lo más radical del multiculturalismo. Lo que está haciendo el gobierno es prolongar esa óptica y generar la división del mundo mapuche entre los buenos y los malos.
— ¿El límite que se traza entre Norín y Llaitul?
— Exacto. Esa es la estrategia multicultural. Eso es lo que busca y lo que el mundo mapuche desde abajo no va a permitir.
— El ministro Moreno insiste en que se busca el diálogo.
— Es una apertura en la dominación. Una postura para generar un no diálogo, porque el diálogo mapuche, lo han planteado todos los dirigentes, es en torno a avanzar en los derechos fundamentales de nuestro pueblo. El Estado chileno quiere dialogar en torno a lo que él considera que es lo correcto. Eso se llama racismo, porque el mundo mapuche lo que plantea es que vamos a dialogar, pero frente a lo que nosotros como mapuche hemos definido como temas a debatir, y el Estado se niega. Mientras el Estado no se sacuda de esa perspectiva de dominación, por supuesto que no van a haber posibilidades de convergencia.