Un experto asegura que el movimiento ocurrido ayer, si bien por sus características es poco común, sí llama la atención en cuanto a un retraso en la normas sísmicas impuesta en Chile, sólo enfocada en eventos más frecuentes.
Hasta este mediodía en Chile, las autoridades mexicanas cifraban en cerca los 50 edificios derribados tras el terremoto que azotó las regiones de Puebla y Ciudad de México. A través de las redes sociales los vídeos testimoniales mostrando estructuras de varios pisos caer se cuentan por decenas, y en muchos casos con sus ocupantes aún dentro.
Pero, ¿cuáles son las razones por las que un terremoto puede derribar a un edificio? ¿Es posible que este escenario se pueda dar en Chile? El geofísico y columnista de La Tercera, Cristian Farías Vega, afirma que en el caso mexicano existen variables como el tipo de sismo, la profundidad, tipo de suelo, y otros factores que tienen que ver con las estructuras y la altura del edificio.
“Se cree que estos terremotos superficiales suelen lanzar ondas con mayor frecuencia de oscilación (la tierra vibra más veces por segundo), y al entrar en sincronía con la frecuencia de resonancia del edificio, éste tiene más posibilidades de caer”, asegura.
Todos los sistemas físicos, cuando se fuerzan o mueven desde afuera, entran en la llamada “frecuencia de resonancia”, que se explica como aquella frecuencia característica de un cuerpo o un sistema que alcanza el grado máximo de oscilación. Cada cuerpo puede tener una o varias frecuencias características, y cuando son estimulados su vibración es la máxima posible. En términos simples, es el mismo truco que se utiliza para romper una copa de vidrio con la voz: cuando las frecuencias de oscilación y resonancia se sincronizan, el sistema (en este caso la copa) colapsa.
“En México las frecuencias fueron altas, y afectó a edificios no muy altos, de entre 8 y 15 pisos. Otro punto importante es el suelo: en Ciudad de México una vez hubo un lago, se rellenó y el suelo blando tiene mucha agua, factores que amplifican las ondas sísmicas. Cuando llega una onda sísmica a la superficie, el suelo amplifica el tamaño de la onda”, explica Farías.
Rolando Millán, constructor civil, afirma que en Chile los edificios actuales se construyen para disipar la energía en un movimiento sísmico, y que hace unos 15 años se están incorporando modelos dinámicos computarizados para analizar los distintos escenarios en un terremoto. Cuenta que al temblar, los edificios más altos “giran” o se “tuercen” en su propio eje, lo que los permite mantenerse en pie. “A lo mucho quedan inutilizados, pero no se caerán, y dejan abierta la posibilidad de escape para sus habitantes”, señala.
El geofísico en tanto, indica que varios edificios sobrevivientes del último terremoto de 1985 en México no fueron refaccionados, y no se aplicaron las nuevas normas de construcción. “Que 32 años después de un sismo 8,1 se cayeran mas de 40 edificios no habla bien de las autoridades locales, más aún considerando que el evento de este domingo fue 32 veces menor”, agrega.
¿Qué pasa en Chile?
En Chile la situación, si bien es distinta, también llama la atención por los posibles escenarios puntuales que se asemejen a lo acontecido ayer domingo. Lo primero es considerar que los tipos de sismos son diferentes: en México el movimiento se produjo a poca profundidad, y los terremotos de subducción -más comunes en Chile- tienen frecuencias de oscilación menores.
“Las ondas sísmicas no son al azar. Los terremotos tienen frecuencias conocidas por los científicos, y como mucho entran en resonancia con edificios bajos como casas de dos pisos, ampliaciones de mala calidad y sin regulación. Por ello la mayoría de las construcciones son de hormigón, y eso ayuda bastante; en un edificio los constructores siempre consideran la frecuencia de resonancia”, cuenta Farías.
“En términos sismológicos, los terremotos de subducción como los ocurridos en Chile son más sencillos de estudiar, pero los sismos como el de México no cuentan con indicadores en la superficie que nos permitan analizar la zona. Es complicado adelantarse a eso”, añade.
De hecho, en la historia de los sismos en Chile es muy difícil encontrar uno realmente igual en características al de México, con casos similares como el de Chillán en 1939 -unas 30 veces más grande que el ocurrido ayer en norteamérica- y Punitaqui en 1997. Sin embargo, hay un caso conocido que puede cambiar los registros.
La falla de San Ramón, y la norma chilena
Aunque en Chile las normas sísmicas de construcción, basadas en modelos como el de Japón y California, están bien evaluadas con respecto a otros países y se actualizaron tras el evento de 2010, sólo consideran los terremotos de subducción y dejan fuera los terremotos superficiales como el mexicano. El caso más conocido es el de la Falla de San Ramón en Santiago, que por suerte para los capitalinos, cuenta con algunas diferencias.
“Estamos bien posicionados en cuanto a las normas para terremotos grandes de subducción, pero no en el caso de los terremotos superficiales, que son pequeños en magnitud (se espera uno 7 en la Falla de San Ramón), y con altas frecuencias. Si bien Santiago está construido encima de roca dura (a diferencia de Ciudad de México), las construcciones livianas o de mala calidad podrían sufrir más”, cuenta Farías.
“Las normas están en constantes cambios, y aunque existen muchas etapas, frente a estos eventos tenemos dos caminos a seguir: o encontramos un buen modelo sísmico para los terremotos superficiales, o nos preocupamos cuando la catástrofe ya haya ocurrido”, asegura el geofísico.
El área es conocida tanto por el Seremi de la Región Metropolitana como por los sismólogos, y ya en 2012 un estudio advirtió sobre la peligrosidad de edificar, considerando que en aquella época el sitio contaba con unos 150 mil habitantes en sus alrededores.