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Opinión

Libertad para (des)informar

Por: Diario Concepción 15 de Abril 2025
Fotografía: Cedida

Pablo Castillo Jofré
Coordinación LIDDHH- Equipo de Litigación Internacional en Derechos Humanos de la UdeC

Esta semana, fuimos testigos en un programa de televisión abierta de una tarotista anunciando la ocurrencia de dos terremotos, con fechas y magnitudes incluidas. Chile consagra y protege la libertad de expresión, tanto en nuestra Constitución Política como en diversos tratados internacionales. Sin embargo, los derechos no son absolutos; todos requieren límites razonables que aseguren la convivencia y la protección de bienes jurídicos esenciales.

La libertad de expresión protege dos dimensiones igualmente relevantes: el derecho individual a emitir una opinión, y el derecho colectivo a estar debidamente informados. El justo equilibrio de estas dimensiones, es clave para una sociedad democrática, y justamente por ello es uno de los derechos cuyo ejercicio tiene los límites más claros. No es solo proteger la honra o la vida privada, sino también resguardar el orden público, la seguridad y la tranquilidad social. La propia Convención en el artículo 13.2 lo establece , permitiendo imponer responsabilidades ulteriores cuando el ejercicio de esta libertad afecta derechos o la reputación de otros o compromete la seguridad nacional, el orden público o la salud o la moral pública.

Difundir, por televisión abierta, predicciones sin ningún respaldo científico sobre un fenómeno natural impredecible, no es una simple opinión. Es desinformación, con el potencial de generar ansiedad, confusión e histeria colectiva. Todos sabemos que, tarde o temprano, Chile enfrentará un nuevo terremoto. No se necesita ningún talento sobrenatural para afirmar lo evidente. Lo que sí requiere cuidado es cómo se comunica esa realidad, con qué grado de responsabilidad, y con qué consecuencias. Es indispensable reflexionar sobre qué tipo de información se transmite y cómo esta puede afectar la estabilidad y tranquilidad de miles de personas.

Hace veinte años, una pitanza telefónica bastó para movilizar a casi cien mil penquistas ante una falsa alarma de tsunami. Hoy, ya no se necesitan bromistas anónimos: Basta con que un canal de televisión, en busca de rating o clics, decida entregar pantalla a afirmaciones sin fundamento, y que ninguno de los conductores le refuten. La libertad de expresión no se fortalece cuando se banaliza, sino cuando se ejerce con responsabilidad, con criterio y con respeto por quienes reciben el mensaje.

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