
Mistral debería ser recordada ni más ni menos que como alguien cuya sensibilidad poética, cultural, política, espiritual y social la situaron en ese nivel superior de la cultura en que se ubican las personas excepcionales.
Cecilia Rubio Rubio
Directora Revista Atenea
Universidad de Concepción
Al cumplirse hoy 7 de abril el natalicio de Gabriela Mistral, se hace necesario una vez más recordarla como una de las figuras más completas y complejas de la cultura chilena. Porque, en efecto, ella fue maestra formadora de niños, cónsul honorario en distintos países, defensora de causas de derechos humanos, progresista libertaria que abogó por los derechos civiles de las personas, y como escritora fue no solo poeta, sino también ensayista que defendió la educación de las niñas y mujeres, creadora de formas poéticas, como lo son el recado y el largo poema narrativo de orientación nacional, y gran cultivadora del género epistolar. Fue también una mujer completa en la medida en que no solo cultivó la escritura y el librepensamiento, sino también la política y la espiritualidad, y aunque no militó en las ligas feministas de su época, no cabe duda de su conciencia de género y de clase.
Todo lo afirmado no es obstáculo para que Mistral sea también la mujer cuya vida y vicisitudes nos plantea Elizabeth Horan en su biografía, es decir, una mujer que podía parecer interesada y calculadora, porque sabía cómo negociar y cómo procurarse aquello que necesitaba. Confiaba en su conocimiento y en el ejercicio diplomático de su escritura, por eso sabía intervenir oportunamente en las cuestiones que se fraguaban en el mundo competitivo en el que le tocó participar. Era, por lo tanto, una mujer de acción y no solo de palabra.
Esto quiere decir que el rescate de su figura completa nada tiene que ver con su endiosamiento al estilo de quienes la nombraron como “divina Gabriela” o con la invención de un virtuosismo a toda prueba que la investía de santidad. No solo porque su inspiración cristiano-católica era heterodoxa, sino porque ella misma estaba lejos de querer convertirse en una figura unívoca y siempre igual a sí misma. Se sabía compleja y sometida a las variaciones del tiempo, además de preferir su libertad de opinión antes de estar sometida a cualquier círculo de ideas.
Mistral debería ser recordada ni más ni menos que como alguien cuya sensibilidad poética, cultural, política, espiritual y social la situaron en ese nivel superior de la cultura en que se ubican las personas excepcionales por su voluntad de construir y aportar, y aunque con su poesía ya era suficiente, cabe tener en cuenta que es a esta figura completa a la que se le otorga el Premio más importante de la cultura occidental, el Premio Nobel.