
Bárbara Silva J. y Pablo Castillo J.
Abogada, Tutora LIDDHH UdeC y
Estudiante, integrante coordinación LIDDHH UdeC
Desde Buenos Aires, la tarde del 12 de marzo, nos llegaron imágenes brutales. En el contexto de la habitual marcha de los jubilados que, desde mediados del año pasado, se desarrolla en dicha ciudad todos los días miércoles, presenciamos cómo un proyectil de gas lacrimógeno impactó la cabeza de un fotógrafo, lo que le provocó traumatismo de cráneo grave, fracturas múltiples y pérdida de masa encefálica. A la hora que escribimos esta columna aún se encuentra en estado de extrema gravedad.
Alrededor de una hora después del ataque sufrido por el joven fotógrafo, Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad de Argentina, apareció en televisión abierta y con desparpajo sostuvo: “Uno de los que está preso dicen que es un periodista, estaba en el Ministerio de Justicia y era candidato de Lanús de Julián Álvarez. Se llama Pablo Grillo y es un militante kirchnerista, que hoy trabaja en la Municipalidad de Lanús con Julián Álvarez. Esto para darles una idea de los detenidos”.
Aparte de mentir descaradamente, pues Pablo no estaba detenido, sino gravemente herido, lo que hizo la ministra fue reducir la tragedia a una cuestión de militancia. Pero el horror había comenzado horas antes. Antes de que un proyectil de gas lacrimógeno partiera el cráneo del fotógrafo, vimos la imagen de una anciana acercándose a la policía, para ser brutalmente empujada por un agente policial. Cayó de nuca al suelo y quedó allí, sin que su agresor, ni ninguno de los cientos de los efectivos presentes a esa hora en la Plaza del Congreso, hiciera el mínimo intento de asistirla.
Ya es suficientemente grave que un gobierno limite el derecho a la protesta y reprima con violencia a jubilados, uno de los sectores más vulnerables de la sociedad. Pero lo que presenciamos es aún más grave y preocupante: no solo se criminaliza la protesta y se reprime con saña, sino que se justifica la brutalidad si quien la sufre es un opositor. Se abandona cualquier apariencia de humanidad y se instala la idea de que hay vidas que valen menos según su postura política. Este es el punto de quiebre: el momento en que la violencia deja de ser un exceso para convertirse en un mensaje. Lamentablemente, ese camino ya lo conocemos y a nada bueno conduce.