No olvidemos que muchas personas lo primero que hacen en el día es ver las cuentas de quienes siguen.
Aaron Napadensky
Director del Laboratorio de Estudios Urbanos UBB
Para Dupuy, Choay o Harvey, los cambios tecnológicos afectan el devenir de la sociedad, cuestión mediada por como estos condicionan los procesos morfogenéticos de producción de los espacios construidos. Así, por ejemplo, la masificación del vidrio y el acero hizo cada vez más difuso el límite entre lo público y lo privado. A principios del siglo XX, los escaparates del centro escenificaron a las nacientes muchedumbres trabajadoras la vida privada de las elites, trasmitiendo aspiracionales formas de vida. Paralelamente, el acero permitió espacios comerciales interiores sin precedentes, que, protegidos y controlados, antecedieron, y en parte posibilitaron, la irrupción de la mujer en el espacio público.
Ahora, preguntémonos, cómo la actual revolución de las tecnologías de la información está afectando los procesos morfogenéticos de producción de los espacios edificados. Solo pensemos en Instagram, el escaparate del siglo XXI, donde personas y parejas publicitan su vida privada, con escenificaciones casualmente programadas y editadas, en improvisados, pero estéticamente cuidados recuadros de una cotidianidad casi perfecta y admirada por cientos o miles de seguidores. No olvidemos que muchas personas lo primero que hacen en el día es ver las cuentas de quienes siguen, construyendo desde ahí su visión de un mundo, que público y privado, es fundamentalmente constituido por momentos y lugares “instagrameables”.
Así, consientes o no, las personas comienzan a medir su propia vida con esta vara y, de a poco, lo común parece no alcanzar las escenográficas expectativas que el constante consumo de redes sociales les va imponiendo, e imaginan sus vidas y eventos como verdaderos recuadros, cuyas situaciones y lugares debiesen ser del todo instagrameables. Por su parte las ciudades, en una resonancia amplificada de ello, han entrado en una suerte de cultura de lo espectacular, llenándose de objetos singulares -edificios, piletas, luces y colores- donde lo nuevo convive con arquitecturas añosas, que son devueltas a un esplendor que nunca tuvieron, todo en nombre de una trivialización estética de lo memorable, o dicho de otra forma, de lo instagrameable. Así, las contradicciones, intentos fallidos y escenas poco instagrameables, son filtradas, editadas o ni siquiera registradas.
Sin embargo, esto es un cambio del cual poco sabemos, siendo necesario indagar en esta compleja, pero cierta trialéctica entre tecnología, producción del espacio edificado y sociedad.