Opinión

Equivocarnos para aprender

Por: Diario Concepción 24 de Junio 2024
Fotografía: Mauricio Azócar Perelli

Mauricio Azócar Perelli
Curriculista, Dirección de Postgrado UCSC.

Cuando pensamos en la evaluación a menudo evocamos imágenes de situaciones estresantes y sentimientos de ansiedad. El concepto de evaluación está cargado de un halo de terror, como si del enfrentamiento contra criaturas misteriosas se tratara, criaturas cuyo único objetivo fuera derrotarnos. ¿Cómo es posible que nosotros -los docentes-, sigamos perpetuando esta idea que enfatiza el miedo al fracaso (o el anhelo irreflexivo del éxito) por sobre el verdadero fin de la evaluación?

La evaluación tradicional es una herramienta que suele enfocarse en la medición de los conocimientos y habilidades que ha logrado adquirir el evaluado; traducido esto usualmente en una calificación numérica que terminamos interpretando bajo la dualidad del aprobado/reprobado y que pese a lo familiar que nos resulta es, cuánto menos, una perspectiva limitada. La evaluación no debería limitarse a ser solo un método de control, pues es un engranaje clave en el proceso de enseñanza y aprendizaje, y su foco debe ser la retroalimentación constructiva y el desarrollo integral de los estudiantes.

Los exámenes y pruebas estandarizadas, que son metodologías tradicionales, generan gran ansiedad debido a la presión por obtener buenas calificaciones. Estas calificaciones etiquetan y juzgan a los estudiantes, reforzando la idea cultural de que equivocarse es sinónimo de fracaso y que el error es un elemento consolidado y perpetuo. Por tal razón es crucial trabajar para que los estudiantes (y todos en el sistema educativo) comprendan que equivocarse es una oportunidad para aprender y mejorar. Si queremos aprender algo nuevo necesitamos oportunidades para fallar, detectar nuestras falencias y fortalezas, y a partir de esta reflexión reconsiderar nuestras acciones. El error debe incitar al cambio y a la acción, convirtiéndose en el punto de partida para alcanzar un aprendizaje profundo.

Para eliminar la visión negativa del error debemos centrarnos en la evaluación formativa preocupándonos de entregar retroalimentación constante y útil para que nuestros estudiantes identifiquen sus fortalezas y áreas de mejora. Por medio de esta práctica los docentes dejan de ser castigadores de errores para convertirse en guías y acompañantes en el aprendizaje; la evaluación toma el lugar que le corresponde como un medio y no un fin.

En lugar de convertir a la evaluación en una criatura amenazadora, monodireccional y lapidaria, debemos adoptarla como lo que siempre ha sido; una oportunidad para el desarrollo. Al cambiar nuestra perspectiva negativa sobre el error no solo mejoramos la experiencia de aprendizaje, sino que también promovemos una cultura educativa más saludable y efectiva, en donde hay menos ansiedad, más diálogo y empatía.

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