
El objetivo debe ser entender a este ecosistema como un lugar con recursos únicos, sin los cuales nosotros como país no podríamos ser sostenibles.
Dr. Ricardo Barra Ríos
Director Centro Eula
Investigador Centro Fondap Crhiam
Universidad de Concepción
En una reciente visita que representantes del Centro Eula hicimos al campamento El Salvador en la Región de Atacama, evidenciamos que más allá de su importancia económica asociada a la extracción de cobre, la zona también posee un gran valor en la generación de las nuevas formas de energía. En particular a través de paneles generadores, que aprovechan esa condicion natural en esta zona de Chile.
Sin embargo, junto a ello es precupante la gran cantidad de áreas destinadas a la disposición de los residuos de la minería (algunas de ellas definitivamente fuera de control), y que se detectan incluso a simple vista desde las autopistas. La cantidad de restos, en la práctica vertederos sin control de todo tipo, son actualmente parte del paisaje de nuestro desierto. Tanto así, que hoy son muchos los reportajes que han mostrado desechos textiles o de otro tipo, que contrastan con el desierto florido que atrae a millares de turistas.
Hoy en día el desierto ha pasado de constituir una importante fuente de recursos para nuestro desarrollo, a una zona de abandono ambiental. Sin embargo, esta aún puede transformarse en una zona de nuevas oportunidades, en tiempos de reducción de las leyes de los minerales (acción ya descrita por el investigador del Centro Crhiam, Dr. Leopoldo Gutiérrez, en este mismo diario).
El fenómeno de la desertificación, impulsado por la sequía prolongada que hemos vivido la última década, no solo debe hacernos reflexionar sobre el tema, sino que también actuar con más celeridad para reducir este preocupante uso del desierto. El objetivo debe
ser entender a este ecosistema como un lugar con recursos únicos, sin los cuales nosotros como país no podríamos ser sostenibles.
Porque hay que comprender que sin la actividad minera no habría un combate efectivo al cambio climático, ya que esta produce recursos materiales fundamentales para los desafíos que tenemos que enfrentar, como país y como sociedad global.
Esto implica una gran cantidad de desafíos tecnológicos, como producir minerales sin el uso de agua dulce o con agua de mar. También reducir la extracción de materiales vírgenes y reprocesar los miles de toneladas de residuos mineros acumulados, desde períodos en que las leyes de los minerales eran mejores que las actuales.
Así, es urgente trabajar con nuevas tecnologías que reduzcan los impactos ambientales negativos, pero que además permitan recuperar ecosistemas dañados por esos depósitos desde hace décadas o siglos. Con las tecnologías disponibles actualmente, estos podrían ser reprocesados con un menor impacto ambiental que el que ha tenido la actividad en tiempos pasados.
La búsqueda de minerales, que actualmente se siguen demandando en zonas de almacenamiento de residuos mineros, debiera ser una prioridad país para la próxima década. Para esto se requiere también considerar los aspectos de la relación entre la minería, los ecosistemas que interviene y la sociedad con sus comunidades locales.
No hay duda que la minería es y seguirá siendo un motor de la economía para esas regiones de nuestro país. El tema es cuándo ese factor también se transformará en un motor para el desarrollo sostenible, que es el paso siguiente que tenemos que dar.