
¿Cuál es el contexto en que sucede esto? Ciudadanos asustados que señalan vivir “enjaulados” por el nivel de delincuencia que los rodea y que ya ni llaman a Carabineros porque no llegan.
Beatriz Larrain M.
Colaboradora del Programa de Estudios Europeos.
Hace unos días el presidente Biden promulgó una ley que sanciona como delito federal el linchamiento. Esta costumbre de atacar y golpear hasta la muerte a quien se cree responsable de un delito sin proceso ni juicio previo afecta en los EEUU mayoritariamente a afroamericanos, razón por la cual se le asignó además la calificante de ser un crimen de odio. La reciente muerte de George Floyd, sofocado hasta la muerte por policías que sospechaban que había pagado con un billete falso, fue en verdad un linchamiento a manos del Estado.
Si miramos nuestro país, podemos observar solo en marzo una serie de eventos similares. En La Florida, mataron a un joven de 22 años que huía de un asalto. Al intentar resguardarse en la casa de una mujer, ésta lo confundió con un delincuente y los vecinos terminaron dándole muerte.
¿Cuál es el contexto en que sucede esto? Ciudadanos asustados que señalan vivir “enjaulados” por el nivel de delincuencia que los rodea y que ya ni llaman a Carabineros porque no llegan. Otro evento similar tuvo lugar en Talcahuano y otro en la marcha del viernes pasado. Los ejemplos suman y siguen.
¿Que hay detrás de este comportamiento? cabe preguntarse. Por cierto, solo podemos especular, pero varios factores saltan a la vista. Por un lado, existe una profunda desconfianza en el Estado. Esto no tiene nada de nuevo ni es privilegio de nuestro rincón del mundo. Asistimos a una época de descontento generalizado con los políticos y con los servicios que presta el estado en general. Hay quienes incluso han asociado el surgimiento de grupos como los antivacunas con la profunda desconfianza en los entes públicos. Por otro lado, observamos una cierta agresividad en los individuos respecto de la cual ya habían advertido los expertos: una vez terminaran los confinamientos producto del Covid-19 y retomáramos nuestra vida presencial, nos enfrentaríamos a una población con problemas de salud mental producto del temor, la angustia del encierro, las pérdidas económicas y las pérdidas humanas sufridas.
Y la mezcla de estos factores, deficiente salud mental producto de la pandemia y profunda desconfianza en los entes del Estado, parece ser una mezcla toxica que nos está pasando la cuenta. Ninguna de estas dos cosas es fácil de solucionar pero debemos empezar por diagnosticar y enfrentar la situación como sociedad.