Opinión

Piazzolla 100 años de Rebeldía

La gran diferencia de Piazzolla con los músicos que intentaron correr los límites del tango fue su amplia visión y formación de música clásica y su melomanía; pero sobre todo su mirada sobre el jazz, más neoyorquina, un olfato que no lo dejaba detenerse en los aspectos exteriores.

Por: Diario Concepción 14 de Marzo 2021
Fotografía: Cedida

Mario Cabrera
Gerente de Corcudec.

El nombre no existía, pero su padre tarde o nunca se dio cuenta. Astor fue su invento. No podía ser de otra forma.

Si el chico que volteó el tango tradicional hubiese imaginado que borraría para siempre la génesis del instrumento que por esencia le es, -cómo el arco al violín-, y que nada hacia el futuro tendría sentido para el bandoneón sin su apellido, tal vez, el establishment tanguero habría hecho de él un Maradona y una religión. Pero no fue el caso.

Lo que sucedió a fines del siglo XIX en la rivera del Mar del Plata, con el nacimiento del tango, fue la conformación de una estructura que pareciese ser física, entre lo que lo define (y que para Piazzolla sería determinante): ese doble juego de escritura e interpretación. El tango es desde sus comienzos una música escrita, pero que necesita ser transgredida para ser tango y el niño que creció en las calles de un Buenos Aires bullicioso de Gardel, (sería domiciliado a su corta edad, en la pequeña Italia como solían decirle a la colonia casi gansteril de Nueva York) no tendría los materiales finos de su constructo sin haber merodeado los viejos bares jazzeros del bop; night club y cabaret, antros impregnados de costras humanas tocando en vivo.

Fue en Estados Unidos donde su padre le regala su primer Bandoneón, y fue ahí con orejas y dedos, con recortes arbitrarios, de todo lo que veía y escuchaba que levantó sus lecturas.

Ninguna fuente musical le fue revolucionaria. Al abanico de posibilidades sonoras (el músico que luchó por un reconocimiento de la academia y de la música clásica), le fue quitando piso la tradición y hubo momentos que quiso abandonar el intento; el salto al caudal. Pero Astor tuvo siempre la perseverancia del desplazamiento. Ni siquiera el ninguneo y el maltrato de sus contemporáneos, ni su insistencia de formación tocando Bach con el bandoneón, lo desanimarían.

Piazzolla a fines de los años 40 regresaría a Buenos Aires como un poseído. Una ciudad que necesitaba de ídolos como el fútbol, pero que a la vez no perdona la profanación de sus estatuas musicales. Así como en Nueva York se impregnó de su calles y aprendizajes, vuelve para desprenderse de esas capas y levantar sus nuevas zonas volcánicas. Irá haciendo de a poco un amaestramiento técnico y sentimental del tango.
El año que regresó a Argentina, un Ginastera de 24 años estrenaba en el Teatro Colón Panambí, último paso a la consagración. Tres años más tarde abrirá las puertas de su casa para recibir a un bandeonista que toca con Aníbal Troilo. Piazzolla dirá que gracias a Ginastera volvía a estudiar música con seriedad y dedicación.

La gran diferencia de Piazzolla con los músicos que intentaron correr los límites del tango fue su amplia visión y formación de música clásica y su melomanía; pero sobre todo su mirada sobre el jazz, más neoyorquina, un olfato que no lo dejaba detenerse en los aspectos exteriores.

Piazzolla sintió el hastío del género justo cuando el tango copaba la escena en su mejor momento, pero es esa cualidad o genialidad, la que supone al gran artista ver el techo antes que el aplauso se cierre en un funeral musical.

Astor quería ser un músico “serio”. Aspiraba a desplazar el tango de las confiterías y bailes para ser escuchado, respetado.

No se levantan hombres o mujeres así, descalzos y sin fronteras todos los días, que luchan por correr la cerca y en el intento son escupidos mientras el éxito se les acerca y aleja como un espejismo.
Se cumplen 100 años de un rebelde incomprendido, que caló y jaló todos los cortinajes musicales de la Tierra y que ni Spinetta ni Charly pudieron eludir.

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