Opinión

Constitución, ciencia, neurociencia e Inteligencia Artificial 1

Debemos requerir del constituyente abordar el debate en torno a los limites del uso de los datos e ir habilitando una legislación que permita mitigar impactos, por ejemplo, gravar el uso de tecnologías disruptivas que afecten al empleo, diseñar políticas públicas para la reconversión sin descartar sistemas de transferencia directa en el tiempo que permitan acompañar a los futuros marginados y un largo etc...

Por: Diario Concepción 12 de Marzo 2021
Fotografía: Diario Concepción

Augusto Parra Ahumada
Presidente Fundación República en Marcha.

En una mirada que puede responder mas bien a una concepción particular de una posible sensibilidad tribal, tiendo a sentirme parte de un sector sin expresión política particularmente nítida, que aprecia el reformismo y el cambio permanente, como forma de adaptarse a una época de paradigmas difusos, que suelen ser remplazados con facilidad en el contexto de una sociedad que experimenta cambios como constante, pero que sin embargo, aprecia la gradualidad y tiende a considerar ciertas reservas frente a algunas tentaciones de carácter refundacional y del mismo modo ve con aprensión y reserva el riesgo del estancamiento y la resistencia a las necesarias reformas.

Nicolás Maquiavelo, asimila las Constituciones a organismos vivos, cuya bondad se corrompe con el paso del tiempo, a menos que se le administre una medicina que la cure, puesto que todos los días se añade algo que necesitara, en esa lógica afirma, “que, de no renovarse estos cuerpos, perecen.” Santo Tomas de Aquino, sostiene que la rectitud de la ley, a diferencia de aquella de las cosas materiales, depende de su ordenación a la utilidad común, a la cual no le convienen siempre las mismas cosas, en virtud de lo que admite variaciones ante un bien mejor. Y San Agustín, defiende la ley temporal como aquella que “siendo justa, puede, no obstante, modificarse justamente según lo exijan las circunstancias de los tiempos”.

Hace algunas semanas en el periódico Financial Times, Yuval Noam Harari, en un artículo intitulado, “Lo que Aprendimos en un Año de Pandemia”, señaló: “En cuestión de meses se identificó al coronavirus y se encontraron vacunas eficaces, pero la política no estuvo a la altura de la ciencia”.

Es preciso constatar entonces, las dificultades de la política para asimilar las complejidades del presente y la inmensidad de los retos del futuro.

De ahí que vengo en cifrar algunas esperanzas en que el debate constitucional, haga posible aproximarnos a abordar algunos desafíos que impone la amplitud de la ciencia y la cuarta revolución industrial.
Por ejemplo, la Inteligencia Artificial, por los alcances que conocemos, como la automatización de las tareas, la predictibilidad para la toma de decisiones y temas más avanzados como la conexión entre máquinas como autos, realidad virtual y realidad aumentada, si bien puede constituir un aporte invaluable para el progreso de la humanidad, resulta evidente la necesidad de establecer algunos límites éticos, que hagan posible su orientación al bien común y minimizar algunas externalidades indeseables, como el remplazo a algunas tareas que desarrollan seres humanos, con un previsible impacto en el empleo que el BID sitúa, prácticamente un 54% los trabajadores susceptibles de ser remplazados por robot, cifra que aumenta exponencialmente en los países de desarrollo más precario o amenazas como la de la Neuropolítica a partir de experiencias como la de Cambridge Analítica, la manipulación con fines comerciales, etc.

Debemos requerir del constituyente abordar el debate en torno a los limites del uso de los datos e ir habilitando una legislación que permita mitigar impactos, por ejemplo, gravar el uso de tecnologías disruptivas que afecten al empleo, diseñar políticas públicas para la reconversión sin descartar sistemas de transferencia directa en el tiempo que permitan acompañar a los futuros marginados y un largo etc…

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