Edgardo Neira
Departamento de Artes Plásticas
Universidad de Concepción
La cultura contemporánea expresada, entre otras cosas, por la búsqueda de una nueva relación entre ciudadanía y poder, ha ido también replanteando la idea de patrimonio, palabra que derivada del latín: patris-onium, hace referencia a “lo heredado del padre”.
De ahí que la Unesco haya debido expandir dicho concepto desde su acepción inicial patrística basada en una poética de nostalgia por el pasado, hacia la visibilización de acontecimientos culturales que desde el presente inciden en la generación de memoria y olvido.
En tales sentidos resulta pertinente instalar algunas preguntas sobre el derrumbe de estatuas durante el estallido social de fines de 2019, hechos coincidentes con el conflicto, indebidamente denominado “de la araucanía”.
Una de esas estatuas, la más significativa, es la que representa a Pedro de Valdivia, fundador de esta ciudad. Desde el punto de vista patrimonial cabe preguntarse ¿qué se derriba cuando se derriba una imagen? La de Valdivia en este caso. Tal vez corresponda a un comprensible intento por borrar una parte, acaso ominosa, de nuestra historia, para luego producir una memoria nueva y distinta. Pero en lo inmediato sólo instala un vacío en el paisaje mental del ciudadano común.
Por otra parte, asombra recordar que las principales armas de la conquista española no fueron: ni el acero, ni el caballo, ni la pólvora; sino la lengua castellana y su poder para implantar, además por escrito, su propia visión de mundo. Incluso, si revisamos la estatua caída, veremos que Valdivia apoya su mano izquierda en una espada, mientras en la otra sostiene un rollo de pergamino escrito. Por otra parte recordemos que en La Araucana, el excelso poema épico de Alonso de Ercilla, el pueblo mapuche es definido, desde sus primeros versos, como indómito y belicoso. ¿Pero era tan así, o es que con esa bella escritura se estaba reduciendo su portentosa cosmogonía a pura furia guerrera? ¿Es guerra su legado?
Otro poeta, nuestro Elicura Chihuailaf, enseña que en lo profundo de su cultura habita poyen, el poder de la ternura materna que hay que defender. Con todo. También afirma: “Cada cultura es una delicada flor que hay cuidar para que no se marchite”
Cómo hacer entonces para que en vez de borrar lo imborrable o dominar lo indomable, podamos cultivar- ya sin miedo- entre los intersticios de nuestras culturas, y desde ahí tejer ese relato azul que según Chihuailaf aparece cuando termina la noche y llega un nuevo día.