El mecanismo de hacer visibles todos los aspectos que no se ven a simple vista y de los que no se habla por suponer que pertenecen al ámbito de la esfera privada, provocan malestar. Los hechos acontecidos en el puente Pio Nono, no nos pueden dejar indiferentes.
¿Cómo entender que dos jóvenes de una misma generación, uno representante del “orden”; otro, representante de los ciudadanos “sin garantías” (Negri y Guatari,1996), la estrategia de relacionarse sea la acción sin discurso? Podríamos suponer que cada uno de ellos por separado saben respetarse uno al otro y ejercitar un modo de convivencia en Derechos Humanos. Sin embargo, lo que vemos en acción es un espacio donde no aflora el temor, tampoco la esperanza, sólo monólogos sordos, sin capacidad de escucharse. La necesidad de la construcción del otro de manera negativa no es de modo alguno accidental, sino responde a que estamos estallados en fragmentos.
¿Qué tipo de comunicación requerimos, entonces? Responder esa pregunta nos puede dar la clave para seguir planteándonos qué tipo de desarrollo queremos promover y con qué ciudadanía queremos encontramos. Dicho de otro modo, ¿qué hago para reconocer y reconocerme en otros?; ¿cómo los escuchamos y escucho a otros?, o, lo ideal ¿cómo nos empoderarnos con el otro?, más allá de nuestras diferencias.
Sin duda, el lenguaje como medio de comunicación verbal y como aspecto cultural y social tiene dos características a considerar: uno, constituido y otro, constitutivo. El primero apunta a que el lenguaje se construye en base a las reglas sociales o culturales de una sociedad; mientras que el segundo, implica reconocer la función que tiene el lenguaje para delimitar y establecer las normas en dicha sociedad. Por tanto, la interdependencia del lenguaje y los actos sociales contribuye a la construcción de la identidad individual y colectiva lo que, en su conjunto, constituyen las matrices culturales y las relaciones de poder que encauzan nuestro comportamiento.
No obstante, quien nombra esa comunidad es el nosotros, hoy, persona ambigua y confusa, pues no se sabe a quién se refiere. Si consideramos que el nosotros es un espacio al que se ingresa para construirlo, el problema radica en que no sabemos cómo nombrarnos: si occidentales, marxistas, liberales, mapuches, violentistas, ecologistas, o indignados, entre otros. De hecho, gramaticalmente, el nosotros podemos significar yo soy tú, yo soy él, yo soy ustedes, yo soy ellos, porque hemos sido estallados en fragmentos en la dinámica de la fluidez y la inmediatez de los acontecimientos. Entonces, ¿cómo se constituye un nosotros partiendo de la amenaza que significa no tener visiones compartidas?
En medio de la ambigüedad, de la desconfianza, emerge una esperanza: el plebiscito del 25 de octubre puede ser síntoma de un futuro inspirador. Aquí se necesita contar con todas las personas, pues hacer un cambio implica renunciar a algo. Es el momento de cambiar un modelo de vida que ya no resiste más presión nombrando los derechos humanos, especialmente los sociales, para reconocer a las otras personas, al mundo que soñamos y transformarnos en la comunidad que queremos, orientada por una historia común compartida, nuevamente.
Grupo Interdisciplinario de Investigación
en Derechos Humanos y Democracia
Universidad de Concepción