Opinión

Viejos verdes

Con anillos de árboles milenarios, más otras técnicas, ahora podemos reconstruir la actividad solar incluso mucho antes de la invención del telescopio.

Por: Diario Concepción 02 de Septiembre 2020
Fotografía: Diario Concepción

Dr. Roger Leiton Thompson
Investigador del Proyecto Anillo Formación y Crecimiento de Agujeros Negros. Centro para la
Instrumentación Astronómica (CePIA)
Departamento de Astronomía, U. de Concepción.

“…la vejez de este Dios es briosa y verde”.
Virgilio, Libro VI de La Eneida.

El Sol es una inmensa bola de gas caliente y en su interior las cargas eléctricas se mueven frenéticamente. Ese movimiento le da vida a un poderoso campo magnético, convirtiendo a nuestra estrella en un gran electroimán. El magnetismo del Sol se retuerce, se estira y se relaja al compás de este gas en movimiento. En esos lugares donde el intenso magnetismo atraviesa la piel del Sol, el gas extremadamente caliente del interior no llega a la superficie. A esas zonas más frías y menos brillantes las llamamos manchas solares. Desde Galileo y su primer telescopio estas manchas se han estado inventariando; ya para el siglo 19 existían suficientes observaciones para notar que su número crece y disminuye a un ritmo de 11 años: el Ciclo Solar.

En 1901, Andrew E. Douglass (1867-1962), joven astrónomo obsesionado con el Sol y recientemente despedido del Observatorio Lowell, comienza a recorrer la zona del suroeste de EE.UU. Andrew quedó sorprendido por los efectos de aquel seco verano. Notó también que, a mayor altitud, donde llovía más, había más vegetación. Entonces tuvo una idea más o menos así: “por un lado, si la lluvia es el motor de crecimiento de los árboles en el desierto y, por otro, suponiendo que el calor del Sol es la causa principal del patrón de lluvias –debido a la evaporación oceánica y al viento que la transporta continente adentro–”, Andrew pensó, “entonces ¡la actividad solar debería reflejarse en cómo crecen los árboles!”.

En palabras de Leonardo Da Vinci: “Los círculos de las ramas de los árboles aserrados muestran el número de sus años, y cuáles fueron más húmedos o secos según el mayor o menor espesor”. En un tronco se intercalan anillos de color claro (cuando el árbol crece y se engrosa en la primavera y al principio del verano) junto con anillos más oscuros (que crecen al final del verano y en el otoño). Un anillo claro y uno oscuro representan un año en la vida de estos viejos verdes. Mientras más lluvia, más crecimiento y más ancho será el anillo. Los anillos, desde el centro del tronco hasta el borde, forman una línea de tiempo, como un código de barras. Si parte de ese código en árboles cortados en épocas anteriores coincide con el patrón de anillos de un árbol vivo, entonces se puede ir anclando la edad de árboles cada vez más viejos. Así, este astrónomo estableció la dendrocronología, método para calcular la edad de un tronco. Es posible así estimar cuándo se cortó la madera presente en asentamientos arqueológicos o en violines antiguos, y la influencia del clima del pasado en la vegetación. Además, con anillos de árboles milenarios, más otras técnicas, ahora podemos reconstruir la actividad solar incluso mucho antes de la invención del telescopio. Andrew estaría feliz.

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