Opinión

De pestes y democracia

Para los autoritarios de corte populista es mejor negar la enfermedad global, que para ser enfrentada y vencida requiere de colaboración, es decir, de medidas que van contra los nacionalismos exacerbados, ya que, a diferencia de las guerras, la pandemia no enfrenta a las naciones entre sí, sino que las obliga a cooperar entre ellas, apoyándose en la ciencia y en la razón y no en fanatismos ni fábulas políticas.

Por: Diario Concepción 26 de Agosto 2020
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral.

Las pestes no sólo infectan con una enfermedad a los seres humanos. También contagian miedo y ansiedad. Pueden sacar lo mejor del ser humano, pero también lo peor. Pueden ser una muy buena excusa para restringir las libertades. Permitir la proliferación de una legislación restrictiva de derechos impactará nuestro desenvolvimiento en el futuro, por cuanto su vigencia permanecerá hasta después de superada la pandemia. Ivan Krastev señala: “Para Maquiavelo, la peste y la enfermedad ilustran lo que sucede en el cuerpo político cuando se permite el mal gobierno y la corrupción, mientras que La peste, de Camus, es una parábola del fascismo. ¿Podemos decir, por tanto, que la llegada del coronavirus supondrá la caída de las democracias liberales de Occidente? ¿O que el virus infecta a las sociedades con autoritarismo?”.

Esta enfermedad ha golpeado las democracias de todos los continentes, determinando la agenda de los gobiernos y parlamentos, pero golpeando también el ejercicio fundamental de la función realizada por los tribunales de justicia, cuya esencial independencia se ha pretendido relativizar. Para algunos analistas, la peste no vino más que a precipitar una crisis que ya venía arrastrándose desde hace tiempo, develando con fuerza el impacto de la desigualdad y la segregación, confiriéndole una oportunidad enorme a los populistas y demagogos para que culminen con su pretensión de asfixiar la democracia. La disfunción de la institucionalidad que ha hecho dramática la pérdida de confianza hacia ella no es sólo un problema nacional. Es una afectación de Occidente, lo que ha permitido que partidos y movimientos políticos autoritarios proliferen y se hayan ido robusteciendo en el contexto de estos medios sociales irritados y frustrados.

Sin embargo, algo hay en esta crisis que la hace distinta, ya que, y siguiendo al mismo profesor Krastev: “los líderes autoritarios prosperan con las crisis y tienen habilidad para aprovechar políticamente el miedo, pero es importante señalar que las crisis de las que más disfrutan son las que ellos mismos fabrican o aquellas que al menos puedan gestionar. No soportan las crisis que amenazan con cambiar el mundo tal como lo conocen”.

Para los autoritarios de corte populista es mejor negar la enfermedad global, que para ser enfrentada y vencida requiere de colaboración, es decir, de medidas que van contra los nacionalismos exacerbados, ya que, a diferencia de las guerras, la pandemia no enfrenta a las naciones entre sí, sino que las obliga a cooperar entre ellas, apoyándose en la ciencia y en la razón y no en fanatismos ni fábulas políticas.

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