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Opinión

Entre el suelo y el cielo

Muchas cosas pueden salir mal, tantas como cada una de las partes de la misión: la máquina, el software, la logística, el clima y un interminable etc.

Por: Diario Concepción 16 de Julio 2020
Fotografía: Depto Astronomía UdeC

Dr. Roger Leiton THompson
Centro Para la Instrumentación Astronómica (Cepia)
Proyecto Anillo “Formación y crecimiento de agujeros negros”
Departamento de Astronomía, U. de Concepción.

El día del lanzamiento despiertas en tu pieza del centro espacial. Todo es ultralimpio y te han mantenido en cuarentena por una semana; nadie viaja enfermo al espacio. Tomas tu última comida en compañía de tus compañeros de viaje y del equipo que los supervisa constantemente. Tienes unos minutos para hacer una última llamada de despedida. Te metes a la armadura que te protegerá durante el despegue, registrará tus signos vitales y, si es necesario, recibirá humildemente tus desechos. Una vez vestido para la ocasión, saludas desde lejos a tu familia y a la prensa en una breve pasada antes de ser llevado hacia la distante plataforma de despegue.

Sales del vehículo y elevas la mirada hacia la inmensa máquina que te sacará del planeta. Una imagen perturbadora. Parece un rascacielos, vaporoso y silbante por los millones de litros de combustible con que se alimenta a esta bestia. Un asiento te espera a decenas de metros de altura. Subes por ascensor desde la base de la plataforma que sostiene a tu nave espacial hasta llegar al brazo que los une en la cima. Comentas con tus colegas lo bello de la vista desde arriba y esperas que el clima coopere esta vez. Muchas cosas pueden salir mal, tantas como cada una de las partes de la misión: la máquina, el software, la logística, el clima y un interminable etc. Pero cada miembro del equipo ha ensayado innumerablemente su parte en esta obra. Has estudiado tu misión al revés y al derecho, ya sea pilotar, hacer una caminata espacial o realizar experimentos. También has practicado técnicas de sobrevivencia por si aterrizas de emergencia y simulado qué hacer en casi todo tipo de accidente. Aprendiste a ir al baño de otra forma, a bucear para imitar la ingravidez, a intentar no vomitar durante los vuelos de prueba y a tener mucha paciencia hasta ser seleccionado.

Antes de montarte, hay una última oportunidad de ir al baño a la manera clásica. Luego, cruzas desde la plataforma al cohete. Una vez en la cabina, te encaramas en tu silla que apunta al cielo. Te amarran firme y ahora tú mismo eres parte de la nave. Aún faltan horas para volar. Mientras, junto a los otros astronautas, esperas a que Control de Misión revise una interminable lista de chequeos.

Dan la cuenta final, los motores se encienden y el cohete despierta. Te preparaste casi toda tu vida para este momento. Los gases en combustión salen con fuerza atronadora a decenas de metros debajo y una onda de choque atraviesa la inmensa estructura hasta azotar tu cuerpo. Estás sobre una bomba que explota controladamente. En una fracción de segundo tu cuerpo pasa del reposo a una brusca aceleración. Llega como un rápido terremoto que sacude tu cuerpo y tus emociones. En pocos minutos estarás muy lejos de casa.

A los astronautas José T. y Ricardo D.

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