Hora de enmendar el rumbo

08 de Junio 2020 | Publicado por: Editorial Diario Concepción
Fotografía: Jaime Tohá

Dialogar es hablar, pero también oír y, quienes tienen esa responsabilidad, no pueden estar en un estado de convicción autoimpuesta desde el cual no oyen lo suficiente.

Jaime Tohá González
Diputado de la República

Una tragedia como la que muchos viven en estos días, afecta no sólo el ánimo, sino también el rumbo. Una debacle sanitaria en pleno y una crisis económica mayor en ciernes, confunde los caminos, enturbia las aguas y hace que aquello que eran certezas hace apenas unos meses, hoy sean sólo inseguridades.

Esta desorientación no sólo es producto de la pandemia, sino de cómo quiénes están a cargo de ella, no han dado señales oportunas. Un capitán de barco por momentos extraviado, un timón errático, vacilante, y que a ratos parece no tener una carta de navegación clara (o la que tiene parece no resultar) y una oposición sin visión común, hace que exista miedo y desorientación.

Los ciudadanos al recibir información parcial y padecer con los criterios contrapuestos del Gobierno, de la oposición, de los académicos, de los alcaldes, no sólo sufren los efectos de esta calamidad, sino que no ven una salida pronta. Y eso ocurre porque los estados más fuertes y de mayor musculatura institucional -entre los que Chile no se cuenta- han enfrentado mejor este trance por medio políticas claras y decididas.

Hoy tenemos el deber de construir esperanzas tomando riesgos y asumiendo que de esta saldremos todos, siempre y cuando se reme en una sola dirección. De esa manera, podrá salírsele al paso a esa nueva vida que nos espera agazapada en el futuro. Un Estado al tomar buenas decisiones, construye esperanzas. Y el diálogo iniciado por estos días es anhelo y perspectiva, pero también quizá la última oportunidad de enmendar este descaminado rumbo. No debe olvidarse, que todo diálogo implica perder posiciones y avanzar en otras, que todo diálogo supone un movimiento de ida y vuelta, de interdependencia, de reciprocidad; lo que se dice influye y, a veces, incluso, determina la posición del interlocutor.

Dialogar es hablar, pero también oír y, quienes tienen esa responsabilidad, no pueden estar en un estado de convicción autoimpuesta desde el cual no oyen lo suficiente ni resignan posiciones frente a lo que los científicos han señalado ya de forma inequívoca. Los partícipes de este diálogo no tienen derecho a fracasar.

Este acercamiento debe contar con un sólo vencedor: el pueblo de Chile. Es a él y solo a él, al cual se debe presentar lo que el país va a hacer en los próximos 18 meses. Una estrategia consensuada para enfrentar la pandemia, un programa de ayuda social efectivo que asegure tranquilidad económica y dignidad para las familias, un plan de recuperación económica de corto plazo y, por último, asegurar una reforma constitucional que marque la hoja de ruta para el Chile de los próximos 30 años son urgencias para las cuales, contar con estadistas a la altura de las dificultades y que puedan dar relieve a las muchas fortalezas que el país posee, se ha vuelto en estas horas bajas, un imperativo político ineludible.