En las técnicas de comercialización, el ciudadano común tiene muchísimo que aprender, la vida cotidiana del comprador domestico está llena de aprendizajes, resulta por lo general altamente recomendable no distraerse. Así como hay sugerencias para muchas cosas, no las hay para este ejercicio, el de la compra rutinaria, de haberlas, se sabría que no siempre el tamaño económico de tres kilos es más barato que comprar los tres envases de un kilo.
Igualmente misterioso es el proceso de progresivo deterioro de la toalla de papel de doble hoja, que hace necesario la compra del nuevo producto de triple hoja, posiblemente similar al antiguo espesor de la doble, antes del proceso involutivo que obliga a hacerla desaparecer, remplazada por esta nueva propuesta, con un precio obviamente mas alto.
Nada, salvo la evanescente ética comercial, protege al ciudadano común de estas manipulaciones, no parece haber un equilibrio entre los profesionales en crear estos ingeniosos procedimientos y el solo e indefenso consumidor, a quien no le queda otra que someterse o tratar de protestar contra una entidad invisible a la cual se le ha otorgado, para efectos prácticos, patente de corso, sin control, salvo niveles insoportables de abuso, que le exponga en primera plana, un mecanismo lento e injusto, porque no corrige la rutina del pequeño, pero permanente abuso, no compensa de modo efectivo, ni define una acción sistemática de defensa del consumidor, quien debe estar en perpetuo estado de alerta.
El comercio justo, altamente valorado por el comerciante ético tiene que dejar de ser una excepción, la célebre pillería del chileno no es un adorno patrimonial que debiera tolerarse.
PROCOPIO