Parece que estamos condenados a tropezar todas las veces con las mismas piedras y, por eso mismo, obligados a recordar y repetir, volver sobre las aclaraciones, ya que la única manera de no volver a tropezar es tener buena memoria y pleno convencimiento.
No es una novedad para nadie, las cosas son del color del cristal con que se mire, excelente en términos artísticos o en el libre juego de la imaginación, pero cuando se está tratando términos concretos, cuando las decisiones tienen obligadamente que basarse en hechos ciertos, las relatividades del color del cristal suelen ser fatales.
El doble estándar es una de esas peligrosas tendencias de relativizar los hechos, pensar que determinadas acciones son buenas porque están siendo ejecutadas por nuestros aliados y pésimas si son realizadas por nuestros adversarios. Existe en contraposición el gold estándar, originalmente el patrón oro, en un sistema que fija el valor de la unidad monetaria en términos de una determinada cantidad de ese metal.
En el gold estándar no hay relativos, si se trata de procedimientos, estos deben ajustarse a los principios de transparencia, igualdad de trato y no discriminación, así se impide cualquier conflicto de intereses, ofrecen garantías equivalentes a las normas internacionalmente aceptadas, por tanto, no son correctas las maniobras de perdonar un escándalo por ser mayor el escándalo del otro, la inocencia de la estafa, al observar una estafa mayor en el adversario. Otros son más intangibles, pero aún más relevantes, relativizar el respeto a los derechos humanos, las características de la democracia, la corrección política, sin doble estándar. Fácil de entender, pero difícil de encontrar.
PROCOPIO