Cuando por alguna afortunada coincidencia, se ubican en el calendario días feriados en lugares estratégicos de la semana, dejando, al medio de los días en rojo, un día de color negro o azul, se produce un sándwich, es decir, el celebérrimo fin de semana largo, para ser utilizado sin complejos de culpa, a pesar de los fúnebres comentarios los economistas que, mediante fórmulas secretas y arcanas, calculan lo que el país deja de ganar con esos días sin actividad laboral, cifras que nadie entiende y que terminan por dejarse a un lado, como si fueran una muestra más de parloteo insustancial, meramente teórico y mala onda.
Además, existe abundante evidencia que en esto de sacar la vuelta no estamos solos, la cultura madre de la nuestra, la romana, ha dejado testimonio suficiente en esta materia como para que, en comparación, todo lo que estamos haciendo sea un juego de niños.
El calendario romano tenía los días divididos en dos grandes grupos; fastos, es decir días aptos para los negocios civiles y judiciales y muchos otros nefastos, en los cuales hacer algo útil era un agravio a los dioses, de impensables consecuencias, aunque había algunas excepciones, días en los cuales se podía trabajar, previo un complicado dispositivo ritual de rogativas y ceremonias para conseguir permiso de las divinidades correspondientes.
El significado de desastre o fracaso asociado a nefasto viene de allí, de intentar hacer algo sin el divino permiso y enfrentar los horribles y merecidos resultados. Curiosamente, para la cultura popular, los días nefastos son los mejores, días para el ocio. Lo único malo es que, como perversión histórica, muchos están convencidos que trabajar es lo más nefasto que hay.
PROCOPIO