La primera transfusión terapéutica en un ser humano fue realizada por Jean-Batiste Denis, entusiasta médico y uno de los habitués de su majestad el Rey Sol, Luis XIV, por supuesto no a su majestad, que no era precisamente el tipo de persona con la cual se puede hacer interesantes experimentos, sino a un muchacho de 16 años, de nombre tan desconocido como su enfermedad, a quien esa transfusión haría muy bien. En términos generales, ya que para tratarlo por fiebre alta le habían estado sacando sangre hasta dejarle casi sin nada, se usó sangre de cordero, a falta de otros voluntarios más generosos y por esas cosas milagrosas de la vida, salió vivo del intento, aunque no se sabe por cuánto tiempo.
Hubo, podría uno apostar a ganador siempre en estos casos, amargos detractores de la técnica, podría ser, se preguntaban con falsa angustia, que ponerle sangre de vaca a una persona, podría significar que alguna partícula en la sangre de ese rumiante indujera la salida de cuernos, asunto, por supuesto, altamente preocupante, que no tuvo evidencia. Los seguidores de Denis informaron que no se había observado la aparición ni de cornamenta ni pezuñas, para tranquilidad de la población. Sin embargo, hubo muchas muertes, lo cual no era extraño ya que no había conocimiento alguno de reacciones de incompatibilidad, frecuentes y fatales.
Dicho lo anterior, es difícil que la transfusión de sangre pueda resultar en la trasmisión al receptor de características personales del dador, de algunas otras cosa si, como es bien sabido, pero nadie se pone inteligente o bueno con ese tipo de maniobra clínica, es un tema que requiere más investigación, sobre todo, cuando el dador es gente con mala sangre.
PROCOPIO