Puede que sea una de las diferencias menos espectaculares entre las ciudades del mundo con alto grado de civilidad y todas las demás: la sola existencia del respeto mutuo. La persona que respeta la precedencia del otro, el debido turno en la fila de espera, el cuidado del prójimo en su integridad física y sus bienes, entre otras señales de madurez cívica, una diferencia sin aspavientos, por lo tanto, de bajo perfil y al mismo tiempo muy difícil de alcanzar por la educación y la cultura cívica que se requiere para que exista.
En nuestro medio, hay expresiones de enojo con los peatones que usan las ciclovías como si fueran veredas, se alude a la necesaria cultura urbana, para que la gente no las use para caminar, se sugiere incluso sacar partes a los peatones infractores. Los automovilistas reclaman por la imprudencia del ciclista que aparece de pronto, aún en la oscuridad, sin luces ni aviso. Está en discusión el uso del paso de cebra, si es para peatones o un ciclista puede pasar por allí raudamente.
Se argumenta que las calles y las veredas son de todos, que todos tienen derecho a usarlas con los resguardos que la ley, o lo que los reglamentos o el sentido común establecen, los automovilistas no deben subir a las veredas, los peatones no deben ocupar la calzada, los ciclistas tienen derecho a usar las calzadas y las ciclovías, pero no los pasos de peatones, por ser ciclistas. No habría problemas, salvo que para la inexistencia de problemas se requiere de la existencia de cultura urbana y de las otras culturas, a falta de eso, multas, malos ratos, lesionados y los consabidos garabatos alusivos, oportunidad para sacar a relucir el más florido lenguaje vernáculo.
PROCOPIO