Nos queda poco de los antiguos comercios penquistas, esas tiendas donde las generaciones se cruzaban; las nuevas generaciones de los dueños de esos negocios, con las nuevas generaciones de sus clientes, una situación que parece añeja, de cuentos de abuelos un tanto ñoños.
No es, sin embargo, un ejercicio de nostalgia, sino una oportunidad de dejar testimonio de nuestra historia como ciudad, de reconocer el aporte de familias avecindadas en Concepción que por decenios han dado a la urbe un sello característico, una parte de nuestra una memoria colectiva que tiene poco de lo más antiguo y, por lo mismo, ha de cuidar sus pocas cosas noblemente viejas, como hueso de santo.
Las galería comerciales son el testimonio más evidente, algunas ostentan todavía el nombre de sus fundadores, un modo literalmente muy constructivo de dejar huellas perdurables.
Sería un buen gesto, como ocurrió hace un tiempo, que recibieran reconocimiento de las autoridades edilicias, pero, además, la debida protección, no sólo en estos tiempos de turbulencia, donde algunos de estos negocios han sufrido daños severos, sino todo el tiempo.
No se ha podido impedir, como en los cascos antiguos de las ciudades europeas, que se instalen cerca de estas tiendas tradicionales y hasta cierto punto vulnerables, grandes y anónimos centros comerciales, pero sí se puede contribuir a mejorar sus entornos, integrar de mejor forma las galerías a las espacios públicos.
Las viejas tiendas son de gente que vive aquí, que les importa lo que pasa en la ciudad. Han sido y deberían seguir siendo, parte entrañable de nuestro escaso patrimonio, de nuestras pocas señas de identidad.
PROCOPIO