A mediados de los años sesenta, irrumpió en la televisión norteamericana una serie que tendría por muchos años cobertura mundial; Star Trek, o Viaje a las estrellas, que se iniciaba en el segundo decenio del año dos mil, futuro remoto para esa época, con la idea básica que el hombre no cambiaría mucho en los próximos 100 años. La misión de esta nave espacial era explorar extraños nuevos mundos y buscar nuevas formas de vida y otras civilizaciones.

La principal e innovadora característica de esta serie fue mostrar a los personajes extraterrestres como seres similares a nosotros, con ciertas ventajas y desventajas respecto de los humanos, marcando diferencia con las producciones similares que describían a los extraterrestres como monstruos amenazantes para la Tierra y la humanidad.

Ha sido, tal vez, sin ese abierto propósito, un modelo extraordinariamente abierto a la diversidad, aún la más extrema, ya que los tripulantes llegaron a ser de diversas galaxias y a nadie parecía importarle demasiado sus notables diferencias con los colegas terráqueos y eso que algunos especímenes tenían un aspecto definitivamente espantoso.

Estamos ahora como abordo de la nave, aprendiendo a aceptar a quienes pueden verse diferentes, de otro género, religión, o tendencia sexual y una curva ascendente de personas de otros países que han optado por hacer sus vidas en el nuestro. Puede ser precisamente por eso, que lleguemos a ser más robustos como sociedad, aprovechando las capacidades diversas de las personas, conviviendo con naturalidad en la diferencia, buscando el bienestar común. En realidad la situación es similar, sólo que la nave, todo el planeta, es mucho más grande.

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