El nunca bien ponderado capitán inglés James Cook, lideró tres viajes de exploración a las islas del Pacífico Sur, entre Chile y Nueva Zelandia, describiendo tras su paso por Tahití, las bondades de un árbol poco conocido en Occidente: el árbol del Pan. En algún turbio malentendido murió en una riña con nativos polinesios, en 1779. Se encargó al teniente William Bligh que consiguiera mil plantas de ese árbol para introducirlo en Jamaica, ya que sus frutos podrían ser útiles como alimento para los esclavos que trabajan en la producción del tabaco y la caña de azúcar, ya que es bien sabido que esos seres comen cualquier cosa.
La expedición fracasó por un motín de los tripulantes de su barco, el Bounty, quienes lo abandonan en un bote en el mar. Duro de matar, Bligh reaparece y la Royal Society le encomienda, en 1793, ir nuevamente en busca del árbol del pan para llevarlo a las Antillas en los buques Providence y Assistance. Esta vez resulta todo bien.
Desde entonces, la presencia del árbol fue descrita en toda la Polinesia, excepto en Rapa Nui, pero a más de 200 años de la histórica odisea, expertos del Instituto de Investigaciones Agropecuarias con ayuda de la Corporación Nacional Forestal de Rapa Nui, constataron que la exótica especie fue introducida en una fecha indeterminada a la isla y hoy se encuentra al interior de algunos hogares y hoteles, identificada bajo el nombre de Uru.
La gran virtud de este árbol es que crece rápidamente, lo que permite su cultivo sin problemas, brindando una particular floración en los meses de lluvia, y cuyo fruto demora cerca de cinco meses en alcanzar su madurez y se puede hacer harina con este. Faltaría descubrir el árbol de la mantequilla.
PROCOPIO