Opinión

Nuestro propio astronauta

Por: En el Tintero 27 de Julio 2019
Fotografía: Cedida

Fueron los tiempos en que algunos debieron dejar el país, jóvenes sorprendidos por la historia, que de pronto dejó de soportar ideas en contrario, Carlos Freire, entre ellos, un estudiante de la UdeC, universitario modesto, permanentemente a palos con el águila, ahora famoso ilustrador en Toronto, alcanzó a publicar “Historias de Penco y La Mocha”, por Editoriales Universitarias de Valparaíso, en 1972.

En estos días de conmemoración del hombre en el espacio, de la carrera por su dominio, entre USA y la Unión Soviética, de la humillación de los primeros por el lanzamiento del primer satélite artificial de URSS y la posterior revancha de los norteamericanos con sus hombres en la Luna, hay que recordar, también, a nuestro propio y regional candidato a astronauta. Nos informa Carlos Freire.

Se trata de un personaje extraño que rondaba los roqueríos de las minas de Lota, por los años sesenta, inventaba cosas, como un jabón negro de dudoso efecto, hecho con unos líquenes que producían abundante espuma. Su proyecto secreto, sin embargo, lo estaba llevando misteriosamente a cabo en una caverna, a la cual sólo él tenía acceso, paseantes ocasionales comentaban que a veces se escuchaba ruidos metálicos y martillazos y una que otra imprecación de irrepetible contenido.

Un día, por sobre el reventar de las olas, se escuchó una explosión inmensa, se abrieron las rocas y el inventor salió disparado a las alturas acompañado de alambres, bujías, radiadores y restos de la chatarra del cohete, que no soportó la fuerza de la dinamita que nuestro héroe había o comprado o sustraído a la actividad minera local y, luego, colocado en el reactor del artefacto. Lamentablemente no quedaron restos de los planos y no fue posible corregir detalles, circunstancia que nos habría permitido competir con algunas posibilidades por la conquista del espacio.

PROCOPIO

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