Casi inadvertidamente, en muchos casos debido a una credulidad ingenua, se llegó a la aceptación indiscriminada de los diferentes  papeles que juegan hombres y mujeres en la sociedad y como éstos están consagrados por una tradición que nadie sabe con certeza cuándo se inicia, pero que parece estar escrita sobre la piedra.

Son los estereotipos de género, imágenes de hombres que no saben cambiar pañales, mujeres que hacen labores domésticas mientras los hombres están cómodamente sentados en el sofá, mujeres que no saben estacionarse, auxiliares femeninas observando con abyecta admiración el desempeño admirable del operador masculino.

Se acabó el recreo, la Autoridad de los Estándares para la Publicidad del Reino Unido declaró  que prohibiría anuncios que se relacionen con esos roles predeterminados y que asignen características de personalidad estereotípicas a los niños y las niñas, como la valentía para los niños y la ternura para las niñas; niños triunfadores y niñas quejosas, que sugieran que las nuevas madres deben anteponer su aspecto, o la limpieza del hogar, a su salud emocional, y que se burlen de los hombres por ser malos en labores estereotípicamente cosas de mujeres, como aspirar, lavar la ropa o cuidar a los hijos.

Una iniciativa para salir al paso de la clásica sentencia que de repetir mentiras se transforman en verdad, en buena parte, con una fuerza proporcional al tiempo transcurrido repitiéndolas. Nos estamos empezando a desmarcar de las caricaturas, lentamente, pero es posible que en una generación se cambie, lo que no ocurrió en  una decena de siglos, en cuanto a igualdad de derechos entre hombres y mujeres.

 

PROCOPIO