No tiene nada de extraordinario, mejor todavía, es perfectamente esperable que ante una observación de procedimiento, o descripción de situaciones, por parte de un adulto mayor a otro muy menor, este último proceda, con un cierto menosprecio, a señalar que las cosas son ahora diferentes, que el mundo es otro, que ha cambiado.
Rousseau, el autor de “Contrato Social”, obra que, no sin razón, resulta inspiradora para la Revolución francesa, lanza una idea inquietante en plena ilustración, como ahora, en plena idolatría del progreso: “con el progreso sabemos lo que ganamos, pero no sabemos lo que perdemos”. La propuesta de Rousseau, es que el hombre puede experimentar una regresión moral, que la sociedad le pervierte, puede hacernos envidiosos, ambiciosos, entre otras posibilidades. Salvo que a esa tendencia, descrita por este filósofo, se le oponga otra de a lo menos igual magnitud y en sentido contrario.
A lo mejor es ese el sentido de muchas leyes, mantenernos dentro de las normas, de la ética, hacer de nosotros ciudadanos auténticos, votando leyes que traten de dar prioridad al interés general, por sobre el interés particular, leyes que permitan proteger el bien común, ante la permanente tendencia de algunos por el mal proceder, las prácticas mañosas, la estafa astuta, la trampa en letra chica.
No deberíamos perder la capacidad de indignarnos frente a esas situaciones, lamentablemente abundantes, no por frecuentes deberíamos considerarlas normales para los tiempos que corren, no resignarnos a despacharlas con resignación, o tratarlas livianamente como otra más de una larga serie por continuar, no todos los cambios son para mejor.
PROCOPIO