Los bienes patrimoniales de las ciudades no son solamente los monumentos a antiguos, próceres que con broncínea indiferencia ven pasar el transcurrir de nuevas generaciones, también es el conjunto de características que las definen, como el comportamiento de sus ciudadanos, su modo de reaccionar, el modo de expresarse, sus tradiciones y costumbres, en un conjunto; las marcas de identidad.
Los barrios de las ciudades son los últimos reductos de esta identidad intransferible, tienden a desaparecer ante la competencia de grandes supermercados, repletos de mercadería y ofertas imperdibles. Sin embargo, por razones que van más allá de la nostalgia, el “almacén de la esquina” tiende a permanecer, más aún, la tendencia es más bien a volver, en gloria y majestad. Las cifras del sector de los pequeños almacenes son bastante más sólidas de lo que se preveía hace un par de décadas, lejos de desaparecer, se han ido consolidando hasta sumar 125 mil almacenes en todo Chile, que entregan empleo a 420 mil personas y concentran el 40 % de las ventas al por menor del país. Más aún, los negocios de barrio han registrado un crecimiento muy dinámico en los últimos años, con ventas anuales que pasaron de US$ 94 millones en 2012 a US$ 145,7 millones al cierre del 2017.
Sus ventajas son la cercanía con los vecinos, la posibilidad de ir a comprar en tenida informal y evitar la tentación a comprar lo que no es indispensable, en el almacén no hay problema en salir sólo con una caja de fósforos y de paso tener la oportunidad de conversar e informarse de lo más nuevo en el ámbito cercano. Menos mal, el almacén pequeño nos puede ayudar a encontrarnos en el pequeño mundo de nuestros pares.
PROCOPIO