El siempre riesgoso sentido del humor

28 de Febrero 2019 | Publicado por: Procopio

Para Sócrates la “eironeia”, o la ironía en español, parte de simular ignorancia ante el estudiante, quien, para probar conocimiento, se presta a un ágil interrogatorio que va paulatinamente, separando las semillas de la paja molida y empieza a emerger la alternativa correcta. Los diálogos que se suscitaban tenían un atractivo para los jóvenes asistentes a su academia y eran parte del magnetismo de este personaje.

En mayo de 1933, en Alemania de tiempos que es mejor olvidar, se produce la quema de libros que atentaban contra la pureza aria, definición tan ambigua que permitía la combustión de prácticamente todo. Se ven afectadas las obras de Sigmund Freud, este hace uso de la ironía al hacer un comentario famoso frente al periodista que le pregunta su opinión al respecto: “semejante hoguera es una prueba del avance en la historia humana, en la Edad Media me habrían quemado a mí, ahora se conforman con quemar mis libros”.

En tiempos de Sócrates, se podía graduar la ironía en seis tipos, diferenciando aquella leve y no demasiado agresiva, klenasmos, a la del otro extremo, la más cruel con el interlocutor, sarkasmos. Esta última construida con la palabra sarcos, que significa carne, ya que parece sacarle pedazos al contendor.

Lo que no parece estar debidamente aquilatado es la complejidad del sentido del humor, la alta demanda de sentido común y sensibilidad para emplear la ironía sin que esta sea en realidad percibida como sarcástica o agresiva, ofensiva o fuera de lugar, hay muchas trampas en hacerse el gracioso, particularmente, cuando el ambiente no está para bromas, hay literalmente muchos muertos de la risa.

 

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