Los cambios de gobierno de la nación, corporativo, universitario o de cualquier naturaleza, producen en algunas personas un efecto parecido al cambio de condiciones atmosféricas: Una cosa es la temperatura que marca el termómetro y otra la sensación térmica, la que tu cuerpo siente realmente.
La renovación de un gobierno, por muy predecible que sea, es percibida de manera distinta, según la experiencia vivida antes del cambio, las expectativas que tengamos del nuevo gobierno o cuán favorable nos sea respecto a nuestras aspiraciones. En general, las miradas públicas sobre las acciones de un gobierno, se construyen en función de los valores propios; de la selección intencionada de ciertas informaciones útiles a nuestra interpretación de los hechos; de nuestra posición en la estructura de poder –no da igual ser oposición que gobierno-. Algunas miradas se fundan en una experiencia previa frustrante.
La existencia de diferentes percepciones sobre un nuevo gobierno asegura la controversia pública y esto es bueno en democracia: sobre el programa que comprometió el vencedor y las acciones que emprende para concretarlo; o sobre las causas de los problemas y sus soluciones. Pero el debate es más que una oportunidad de fortalecimiento de la democracia del país o universitaria. La participación en una controversia encierra la preocupación por fortalecer tu propia identidad ante el resto y por mostrar tu capacidad de disputar el poder a los nuevos que lo ostentan.
Una argucia –deliberada o no- que alimenta la controversia, es querer sensibilizar al público agitando la perspectiva de la catástrofe. Explicar sí, pero infundir miedo no es bueno, pues la maniobra se convierte en una amenaza para el crecimiento de las instituciones públicas y universitarias, y ello por varias razones. Primero, porque inculcar temor no es una solución en sí misma. El discurso catastrofista –peor, además, si es instruido- aumenta la incertidumbre y los comportamientos de huida. Segundo, porque en esa huida se renuncia a la oportunidad del intercambio de visiones y del diálogo, tan necesario a cualquier comunidad democrática. Tercero, porque empuja a las personas a la exculpación en lugar de estimular conductas de corresponsabilidad.
Nadie ha dicho que sea fácil gobernar un país, una empresa, ni siquiera tu propia casa, tampoco una universidad. A menudo, la acción de un gobierno tiene que responder a imperativos contradictorios no fáciles de conciliar como la gratuidad y la calidad de la educación, pues ello exige fondos complementarios para eliminar diferencias de preparación entre estudiantes y asegurar igualdad de resultados. El mundo universitario, además, es un sistema fragmentado en culturas profesionales y formas de organización diversas cuyas persistencias plantean desafíos a todos, de paje a rey, en el desarrollo de un proyecto universitario compartido que articule las visiones particulares.
También, se sabe que la democracia no implica tener autoridades electas omniscientes. Lo que importa son autoridades sólidas en experiencia y conocimiento, con liderazgo incluyente, valientes para enfrentar los cambios, prudentes para discernir los riesgos, comprometidas con el interés general para reconocer y enmendar desaciertos, con predisposición a incorporar aprendizajes pasados y existentes.
Pero ¿Qué se espera de la renovación de un gobierno? Evolución, revolución, cambios en los márgenes, bricolaje parcial, continuidad, no se sabe, veremos…
Sea lo que sea lo que cada uno espere, desde la posición que se detente en una organización, tenemos una cuota de responsabilidad en construir un país mejor o una universidad mejor. Por ello, ser consciente de un problema y aprovecharlo para aumentar la sensación térmica ajena no muestra pretensión de querer mejorar. Tampoco basta con sostener un discurso favorable a solucionar un problema, si no se refleja en una real disposición a traducirlo en medidas concretas, allí donde se adoptan las decisiones. Es necesario mostrar arrojo desprendido, genuino y consecuente como lo tuvieron los Fundadores de la UdeC y como lo están mostrando, cien años después, quienes tienen la honrosa responsabilidad de conducir a la Universidad de Concepción en los primeros años de su segundo centenario.
M. Inés Picazo Verdejo
Directora de Vinculación Social
Universidad de Concepción