La Vejez Resiliente

22 de Diciembre 2018 | Publicado por: Diario Concepción
Fotografía: Cedida

Hay situaciones frente a las que mi espanto no tiene cura. Mi vecino de 73 años se ha puesto a buscar trabajo y, lo peor, no ha encontrado uno sino dos: en la cocina de un local de comida rápida, por la tarde, y como vigilante en un condominio, por la noche. Con lo que gana en los dos trabajos más su pensión, dice que alcanza a llegar a fin de mes sin tantas apreturas.

Como gusto de recurrir a esa sabiduría popular que es el refranero, enseguida me desengañé de aquél que dice, “Quien de joven no trabaja, de viejo duerme en la paja”. El refrán no aplica en Chile ni en un sistema de pensiones por capitalización individual el que, en buenas cuentas, se basa en la capacidad de ahorro o, lo que es lo mismo, en el buen comportamiento del trabajador. Mi vecino, día arriba día abajo, ha trabajado durante 43 años en el mismo lugar. Hasta tuvo varios reconocimientos por productividad y mejor compañero de trabajo.

Él es uno de los 2,8 millones de adultos mayores chilenos de los que, según algunos estudios, casi la mitad trabaja. De estos, el 50 % recibe sueldos no superiores a 307.000 pesos.

No es un caso aislado, ¡ojalá lo fuera! Estamos asistiendo a una remercantilización del bienestar de los adultos mayores, en las prácticas, en el debate político y en buena parte de la opinión pública. De ello da cuenta el peso social de las AFP sobre la fisonomía de los derechos sociales a través de la provisión y gestión de las pensiones. Otras grandes firmas, muestran una capacidad de retórica moral a través de discursos de inclusión laboral de los adultos mayores como Starbucks: “Estamos inaugurando nuestra primera tienda operada 100% por adultos mayores, de 50 a 75 años”, afirman desde México. O Lider-Chile, travistiendo la promoción de la “integración y la igualdad de oportunidades” con personal de más de 90 años.

Lo más triste es el profundo sentimiento de incertidumbre que pesa en la mirada de mi vecino. Incertidumbre frente a la calidad de vida que le permite un tercio de sus habituales ingresos pues, con pensión más trabajo, la precariedad está marcando el paso de cada instante de su vida cotidiana. Incertidumbre frente a los valores que podrían movilizar actores sociales, aún tímidos, en cuanto a la afirmación de la solidaridad con nuestros jubilados. Incertidumbre frente al comportamiento de la elite política responsable de asegurar un modelo de convivencia que no olvide ni excluya a nuestros jubilados.

La pensión de nuestros adultos mayores, como los derechos sociales en general, va a depender de la configuración que adopte la distribución de la responsabilidad del bienestar entre el Estado, el sector privado, las familias y la comunidad (léase iglesias, ong…). De modo que, si el Estado rechaza ciertas responsabilidades, entonces los otros sectores ensanchan sus límites asumiendo el aseguramiento del bienestar como negocio, por civismo, caridad o sobre lazos familiares.

¡Tanta evidencia! Los adultos mayores se han convertido en el epicentro de los intereses económicos. Política y socialmente, estamos descargando en ellos problemas como los gastos de un modelo social que no enfrenta el envejecimiento y longevidad de su población.

La discusión está servida. Si la jubilación es un derecho y no una obligación. O cómo hacer compatibles la libertad de elección y la igualdad de condiciones de una jubilación digna. Las Universidades, especialmente, deben asumir el liderazgo del debate y la responsabilidad de contribuir a integrarlos poniendo en valor social tanta experiencia y sabiduría. Veo, por ejemplo, a adultos mayores integrando espacios de gobernanza local y territorial como parte de una sociedad civil organizada, partner en los espacios de diálogo con las autoridades. Ya lo dice don Refranero, “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”.

 M. Inés Picazo V.
Directora de Vinculación Social
Universidad de Concepción