“El fin de las flores”: esa crudeza que no es fantasía

22 de Diciembre 2018 | Publicado por: Paulo Inostroza
Fotografía: Contexto

Si me apuran, diría que este es el mejor libro de narrativa que he leído, escrito en nuestra Región. Y si no me apuran, diría lo mismo. En la primera línea, para que no se pierda allá en lo profundo del texto. Todo, con permiso de los grandes escritores locales y el inmenso ego de otros. Que no se sientan. “El fin de las flores” es una obra pulcra, fina, ágil, rica en lenguaje, crítica, contingente y admirablemente bien urdida. También valiente, por tratar temas que, sin la atinada pluma de Maikel Sandoval, pudieron transformarse en algo grosero, demasiado cargado de moral o una mezcla de ambas cosas. Nada de eso. Acá hay justeza y arrojo, todo en la medida apropiada.

El autor es un joven de Talcahuano. Joven, a sus 34 años, pero ojo que este trabajo no es sorpresa. Hace dos años publicó “El planeta de los botones”, libro que compré en una feria del Espacio Romano y me sorprendió de entrada por su presentación. Me detuve y me llamó la atención su gran preocupación por los detalles, el trabajo profesional. No era el típico librito de 120 páginas, con una tapa casi improvisada, donde uno abre las hojas y se despegan desde el centro. No, esto era de primer nivel.

Porque la presentación sí importa. Y adentro, en las páginas, “El planeta de los botones” auguraba que Maikel podía entregarnos algo realmente grande. Era un texto muy infantil -con el gran respeto que merece esa palabra- que recomendaría a cualquier niño, su padre o a su colegio. Yo, como adulto, me entretuve y lo disfruté mucho. Pero “El fin de las flores” es algo superior. El autor recurre a la fantasía, bebiendo mucho de Tolkien y sus formas, para hablarnos de muchos temas y subtemas que pocos son capaces de llevar. Temas que parecen demasiado de adultos, pero él nos hace ver que no. Que es mucho más importante acercarlos a menores, que ellos son quienes deben entenderlo.

El abuso infantil es eje de la historia. Con delicadeza para no hacer el quite a nada, pero nunca ser burdo. Retratando perfectamente no sólo a los que llamaríamos víctima y agresor. Más aun, haciéndonos ver que no sólo existe una única víctima, que suceden muchas cosas para que una mente llegue a niveles tan enfermos de acción. En su historia están los padres del agresor, el que no se atreve a intervenir y sufre día a día la complicidad del silencio, y los entes de la sociedad que permiten o nunca se han preocupado de detener ese mal por todos conocido. Entre ellos, desde luego, la Iglesia.

Maikel acude a la fantasía para mostrarnos un texto increíblemente real. Uno que te saca escalofríos, te hace odiar personajes y luego comprenderlos, aunque los sigues odiando. Te hace querer rescatar a Darien y a tantos niños similares que están allá afuera, visibilizados sin saberlo en este libro. Sandoval tiene un talento innegable para armar una historia con gran cantidad de personajes. Y pese a que son muchos, con nombres poco usuales, nunca te confundes ni te mareas. Sabes perfectamente quién es quien y cómo es, gracias a sus certeras descripciones, pero nunca tienes el mapa completo de cada uno. Hay mucho de misterio y eso te atrapa capítulo a capítulo, pista tras pista.

Cuando iba acercándome al último punto de estas 390 páginas tenía un miedo: que el final no fuera todo lo que merecía esta novela. Felizmente, no se queda para nada corto. Tiene tanta crudeza como hermosura y deja la sensación de que, incluso, hay mucho más paño que cortar. Como si necesitaras otras 400 páginas y no quisieras que acabara nunca. Bueno, esto se llama “Los hijos de Goreon Parte I”. Esperamos ansiosos lo que viene.