Antídoto para oradores latosos

01 de Septiembre 2018 | Publicado por: Diario Concepción

Nadie está libre, desde un modesto cumpleaños familiar a otra, también modesta, inauguración de una obra menor, de la aparición de ese ser insoportable que se siente llamado a hacer uso de la palabra, mención esta última muy equívoca ya que no usa la palabra, sino muchas, y más que usar, abusa. Los cautivos de la circunstancias, sin  opción  de huir, tienen  que quedarse allí hasta que el orador se calle, asunto de largo trámite, sobre todo cuando éste da la impresión de no saber cuándo detenerse, esperando una frase feliz que no llega jamás.

Problema resuelto hace varios siglos antes de Cristo, en la Grecia clásica. Todos los asuntos de gobierno y de todas las causas se resolvían después de haber oído discursos. En esas condiciones, los que sabían hablar podían hacerse la América, sino fue así es porque todavía no nos habían descubierto.

Los oradores, aquellos que hablaban en público para persuadir y convencer a los oyentes o mover su ánimo, como reza la inefable RAE, pronunciaban discursos en la Asamblea para conseguir persuadir que el pueblo adoptara resoluciones relativas al gobierno interior, la guerra o la paz, o en causas jurídicas de los ciudadanos.

La asamblea eran los mismos ciudadanos, es decir no cualquiera, quedaban fuera los afuerinos, los recién llegados, las mujeres y los niños, la democracia era más o menos acotada, el demos griego era bastante selectivo.

Ganaba quien hablara mejor, pero con tiempo limitado- esa es la lección con la cual quedarse- con un reloj de agua, o con el orador parado en un trípode, pasado el tiempo, se le daba una gentil patada al trípode y santas pascuas, al hablador interminable no le quedaba otra que cerrar la boca, maniobra injustamente olvidada, en el presente se observa una irritante falta de trípodes.

PROCOPIO