Opinión

De hipercomunicación e ignorancia

Por: Diario Concepción 29 de Agosto 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, Magíster en Filosofía Moral

En el Evangelio según San Juan se dice: “En el principio el Verbo era, y el Verbo era junto a Dios, y el Verbo era Dios, ella estaba en el principio junto a Dios: Por él, todo fue hecho, y sin él nada se hizo de lo que ha sido hecho”. De aquí se colige la importancia del lenguaje para la tradición judeo cristiana occidental. Uno de los pilares sobre los que descansa una democracia es la libertad de expresión. “La libertad, en ética, significa autonomía: autonomía de la persona para crear sus propias normas. No significa carecer de normas. La responsabilidad, por su parte, consiste en la disponibilidad para responder de lo que uno hace ante quien tiene derecho a exigir unas lealtades, unos compromisos y unos resultados. Una libertad al margen de tales precisiones, una libertad irresponsable no sólo es peligrosa, sino que no es constructiva: es el comportamiento sin criterios, o sin otros criterios que los que dictan las instancias económicas o la no siempre bien llamada utilidad social”, dice Victoria Camps. Las redes sociales son una plataforma privilegiada para comunicar, pero hacen imposible que se discrimine lo verdadero y de lo falso. Se produce una paradoja que hace de los medios de comunicación una oportunidad para sembrar el germen de las grandes transformaciones y para el progreso social, pero a su vez, permiten que la reacción y la mentira puedan ganar espacios para confundir, desorientar y dirigir la opinión pública. Según Byung-Chul Han: “Un aumento de información y comunicación no esclarece por sí solo el mundo. La transparencia tampoco hace clarividente. La masa de información no engendra ninguna verdad. Cuanta más información se pone en marcha tanto más intrincado se hace el mundo. La hiperinformación y la hipercomunicación no inyectan ninguna luz en la oscuridad”. Aquí es donde adquiere importancia el esfuerzo para discriminar, siendo indispensable la capacidad del destinatario de la información para evaluar el sentido del mensaje, sin darlo inmediatamente por cierto y sin contribuir a su redistribución, para no colaborar en generar una pandemia del embuste, lo que resulta ser fácil en sociedades con escasa o mala calidad educacional.

El fin no puede servir para justificar los medios. Se puede perder, conscientes de no haber incurrido en inmoralidades, pero esta será una derrota digna y no una victoria espuria. No se puede lesionar el derecho a la intimidad, el honor o la presunción de inocencia sólo por existir un interés que se cree superior. Diseminar una mentira o exagerar las cosas por un objetivo que se dice de trascendencia ética, es simplemente ser hipócrita.

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