De vanidad

22 de Agosto 2018 | Publicado por: Diario Concepción
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado, magíster Filosofía Moral

“Pues sin ser dignos emprenden empresas honrosas y después quedan mal. Y se adorna con ropas, aderezos y cosas semejantes, y desean que su buena fortuna sea conocida de todos, y hablan de ella creyendo que serán honrados”, escribe Aristóteles en la Ética a Nicómaco. Son los que viven de la apariencia, subyugados por el qué dirán y preocupados de las formas. Son los que hacen de la imagen una ideología. Que se construyen a partir del exterior y se moldean para ir ganándose un espacio a punta de puro cinismo. Los que se traicionan y defraudan de ser necesario, actuando por interés y nunca por convicción. Son los que se refugian detrás de mitos y se hacen rodear de ingenuos o de hipócritas. Buscan afanosamente ser temidos o envidiados, más que respetados, porque van haciéndose camino cosificando al otro. Miran por encima a todos, alimentándose de puro humo, dejando que su niebla permita ver sólo una atractiva fachada, aunque en el interior sean pura podredumbre. Se dicen exitosos sólo por su esfuerzo, renegando de todos los apoyos que pudieron haber recibido del pasado, de sus influencias y de sus apellidos. Si tienen algún talento, lo ejercen ostentándolo, para exhibirse, esperando como recompensa siempre el aplauso, que sino llega les provoca frustración. Menosprecian a quien no los adula, transformándolo en enemigo. Son sólo un reflejo superfluo de lo que realmente son. Se encubren detrás de puras falsedades. De pura vanidad son incapaces de amar a otro, a los que hacen instrumentos de una pasión que les alcanza sólo para ellos.

El vanidoso puede servirse de las causas más nobles para exhibirse, para alzar sus manos al aire y ser visto por todos, para asumirse como un mesías que ha venido a salvarnos de cualquier mal que se encuentre de moda y pueda generar reconocimiento y discípulos. Trabaja para ser elogiado. En su camino, no trepida en buscar chivos expiatorios, a quien sacrificar para mostrarse como el mejor, denotando una odiosa indiferencia por sus víctimas, aduciendo la responsabilidad de otros ante el fracaso. Se pierden en la ilusión del sí mismos, tornándose peligrosos para su entorno cuando deben tomar decisiones con repercusiones para otros, ya que tan perdidos están del mundo real que nunca reconocen el error, nunca rectifiquen. Insisten ante la fuerza de lo evidente, pudiendo terminar por autodestruirse, arrastrando todo consigo y a todos los que de él puedan depender. El espejo en el que se mira el Narciso es el de los otros. Son mera superficialidad que los hace carentes de todo contenido y que sólo pueden llegar a admitir el cambio cuando algún provecho obtengan de aquello.