Según una de estas leyendas, en aquellos tiempos, en los primeros años del siglo XIV, Suiza estaba ocupada por los Habsburgo. En el pueblo de Altdorf, el recién nombrado alguacil, Hermann Gessler, ordena levantar en la plaza un poste en lo alto del cual pone uno de sus sombreros y ordena que cualquier vecino del lugar que pase ante el poste debe descubrirse e inclinar la cabeza en señal de respeto ante la autoridad representada por el sombrero, asunto que provoca la rebeldía de Guillermo Tell, el resto es inútil de repetir.
Gracias a historiadores aguafiestas, se ha sabido que Guillermo Tell es una historia bonita, pero falsa. Se establece, entonces, muy mala onda, que Guillermo, el héroe suizo, no existió. Como una desagradable consecuencia de esta circunstancia, no hubo manzana diestramente alcanzada por certera flecha, ni hubo niño que la sostuviera, con valor digno de encomio, sobre su cabeza al momento de la demostración.
Siguiendo con esta cascada de acontecimientos, no ayudó el Sr. Tell a la independencia de Suiza de Austria, no insultó al oficial austríaco Gessler, ya que ningún oficial austríaco tuvo ese nombre. Entonces, por qué los suizos, famosos por su ausencia de tropicalismo y por completo ajenos al realismo mágico, creen a pie juntillas que es cierto. Por qué hay una hermosa capilla construida sobre el sitio donde se supone vivió nuestro héroe y cómo es que le levantaron un monumento precioso.
La explicación es de extraordinaria simpleza, como deben ser las buenas explicaciones; porque los suizos querían creer, porque es irremplazable como fuente de inspiración, porque es valioso como figura de referencia e identidad nacional, porque a cualquiera le gustaría, en circunstancias como las descritas, actuar como Guillermo Tell.
PROCOPIO