Opinión

De vergüenza y espectáculo

Por: Diario Concepción 21 de Febrero 2018
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Andrés Cruz Carrasco
Abogado y magíster en Filosofía Moral

En el “Nicho de la Vergüenza”, Ismael Kadaré, relata como el correo del Sultán otomano, transportaba hacia la capital del impero las cabezas de sus enemigos o las de sus generales fracasados que no habían podido doblegar a sus adversarios, para ser exhibidas en la plaza pública. Era una de las maneras más efectivas para demostrar el poder del soberano y manifestar como se castigaba al que se le oponía.

Pero más que miedo, en la multitud generaba expectación la exhibición de estos trozos humanos tronchados con sus ojos vacíos. Era un espectáculo que producía dinamismo en las pasiones de la turba. Los sacaba de sus grises rutinas.

En el trayecto, el correo del monarca aprovechaba la oportunidad para mostrar su macabra encomienda a los aldeanos de los pueblos más remotos y el efecto era el mismo que se producía en las plazas urbanas. La gente incluso pagaba por ver aunque fuese unos segundos este fragmento humano. Estas personas aprovechaban esta demostración “para lograr que sus mentes se evadieran siquiera por un instante. Sus mentes, al parecer, se habían vuelto torpes, incluso a baja altura, sin recibir un empujón: en este caso de la muerte”.

Era el modo de ser testigos de esto que parecía tan fuera de sus pobres y vacías vidas. Se lograba que “la cabeza estableciera contacto con la multitud. Su vidriosa mirada engarzaba con las del gentío. Imperaba en el ambiente la transparencia de la muerte. Sentían crecer su presencia a cada instante junto con el descenso de la temperatura, se aproximaban a sus contornos hasta casi tocarla.

Un momento más y todos juntos, la multitud y la muerte, compondrían un translúcido conglomerado de cera”. Así las personas podían desahogarse a través de la sangre de otros. El sufrimiento ajeno les servía para sacarlos de la inercia y agradecer a la autoridad por haberlos salvado, de algo que no se sabe muy bien que era y ni siquiera se tenía claridad si era bueno o malo. Pero los hacía vibrar.

Hoy ya no son las plazas públicas, ni son ya, generalmente, cabezas, pero hacer de la vida y el padecimiento ajeno un espectáculo, persiste. Ya sea a través de la web y sus más variadas diversificaciones, ya sea a través de la televisión o de otros medios, el hacernos parte de este dolor, de estas trágicas escenas, nos hace distraernos, acusar, juzgar al otro, aunque sea sin ninguna evidencia.

El clamor de la turba es hoy virtual, la rabia se canaliza muchas veces en silencio frente a la pantalla. Así seguimos esperando, que luego de una cabeza venga otra y continuamos sumidos en la misma rutina, aguardando que el soberano de hoy nos distraiga con otro drama que nos haga sentir que existimos.

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