Lo leíamos ayer en la sección de la Cultura y Espectáculos del diario, en razón de una reseña del último disco de los Queen of The Stone Age: que contrario a lo que plantean algunos agoreros de la industria discográfica, el rock no ha muerto y, a fuerza de reinventarse más que ningún otro género musical, tiene una enorme base de seguidores en el mundo, que se encargarán que no se desaparezca.
Convengamos entonces en que el rock no está muriendo… Pero lo que sí está en la UCI es uno de los máximos exponentes del género, un protagonista indiscutido de la música popular del siglo XX: la afamada empresa Gibson, fabricante, entre muchos otros modelos, de la icónica Les Paul, preferida por guitarristas tan importantes como Jimmy Page, Duane Allman, Gary Moore o Slash.
En efecto, la firma fundada en 1902 está al borde de la quiebra, con una deuda cercana a los US$ 375 millones de dólares, originada principalmente por las caídas de ventas en el sector electrónico.
Si bien es muy poco probable que las guitarras Gibson y sus modelos desaparezcan de la faz de la tierra, aún en el peor de los escenarios, no será un tiro de gracia para el rock, género que sabrá reinventarse, porque la pasión de millones de jóvenes en el mundo va más allá de la tecnología o el soporte, por muy clásico que éste sea. Y eso es algo común para los chicos de California, París, Tokyo, Concepción o incluso Hualqui. Y lo digo con propiedad, porque mientras disfrutábamos comiendo humitas en la Fiesta del Choclo, pudimos escuchar también a distintos grupos locales, algunos de ellos apenas adolescentes, tocando su propio material.
Y es que lo más importante no se lo pueden quitar a ningún músico: su voluntad de expresarse a través de un lenguaje sin fronteras.
PIGMALIÓN