Opinión

La dura tarea de verse bien

Por: Procopio 30 de Enero 2018

Hay mucho  que decir de Luis XIV, el monarca absoluto por antonomasia, esplendoroso y envidiado referente para cualquier cortesano con ambiciones de llegar a alguna parte. Se puede mirar  en cambio, para dejarlo por una vez fuera del centro del escenario, a las  abundantes linduras de su corte, elegidas cuidadosamente, con la cara llena de sonrisas todo el santo día, mientras por debajo ocupaban todos sus talentos planeando complots para destruir definitivamente a la competencia, sin escrúpulos de ninguna naturaleza, sin dar ni pedir cuartel.

No es posible imaginar que una corte estructurada hasta el más pequeño detalle, donde cada paso tenía un explícito manual de procedimiento, este delicado aspecto de la apariencia personal haya sido dejada en libertad.

A pesar que los moralistas andaban por ahí rondando las licenciosas practicas del siglo XVIII, las gentiles e improbables doncellas usaban toda suerte de artimañas como una declaración de libertad, en correspondencia con la corriente del preciosismo, impulsadas por escritoras y dominantes damas nobles, quienes dictaban las pautas, como por ejemplo, la pintura blanca de la cara, con rosado artificial en las mejillas, útil maniobra para disimular los estragos causados por perpetuas trasnochadas, y exceso de consumo de alcohol y alimentos destructores de difícil detalle, con una generosa secuela de ojeras, manchas y arrugas. Los caballeros por su parte competían sin asco por las pelucas más espectaculares, los lunares más lindos, además de una competencia encarnizada por los mejores trapos a y adornos varios.

Con las modificaciones propias de la época, no hemos cambiado demasiado, verse bien, o mejor que el otro, sigue estando vigente, a pesar de la certificada ausencia del Rey Sol.

 

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