Llamé a mi viejo y le dije “Sopi, vamos a ver al Vial”. No somos del Vial, pero el partido pintaba para lindo y un ascenso siempre es un ascenso. “Ojalá suban”, dijo el hombre, navalino de cepa. De pronto, a lo lejos, una voz interrumpe la conversación y siento que el teléfono cambia de manos. Es mi viejita que alegando no- y replica: “oye, pero si aquí la vialina soy yo”. No se diga más, vamos todos. En patota, como en las jornadas dobles a principios de los ’90. En eso saco la cuenta y, efectivamente, desde ese tiempo que mi mami no va a Collao. Hoy, tiene 75.
Me la imagino haciendo la comida para echarla al termo, sin saber que ahora el termo es considerado un proyectil. Cierro los ojos y la veo con un chal en la mano, porque los asientos de tablas eran súper helados y ni hablar de los de cemento. La pienso pidiendo un centro al pelao que va de “9” sin saber que “Carampangue” se fue hace rato. Hincha de otra época, de una hermosa.
Y recuerdo que antes el estadio se llenaba tanto que mi mami ordenaba “chiquillos, vámonos cinco minutos antes, para agarrar micro”.
Estaban todas estacionadas afuera y se llenaban. Un día le hicimos caso –como siempre- y arriba del Mi Expreso escuchamos que Sandro Navarrete le empataba a la UC. Era golazo y no lo vimos. Creo que por eso no la llevamos más. Por eso y porque bajó el Vial y ya no era lo mismo. También por la violencia, por la TV.
Íbamos a ver a Huachipato y no éramos de Huachipato. Lo mismo con el “Conce” de Almada, que jugaba lindo. Por eso se llenaban los estadios. Porque si había fútbol ahí estábamos y daban lo mismo los colores, ahí lo pasábamos bien. Era el paseo del fin de semana, en familia.
Mi abuelo era el de la barbería ahí en Prat, cerca de “El Vialino”. Sí, ahí donde pasabas y los cabros te pedían una gamba para la pituca. Mi mamá aprendió recién a usar celular del touch y le bajamos Whatsapp para mandarle fotos de su primera nieta. Le compré un jockey del Vial y por ese mismo medio me dijo “ya pu, yo quiero la camiseta”. Estaba entusiasmada como una niña. Ese día nos sacamos fotos, el Vial subió, el estadio estaba lleno, mi papá a su lado tomándole la mano. Salvo el termo y mi hermana en Santiago, no faltaba nada.
Ahora veo las fotos de María Villalón, en la reja, apoyando a Concepción. Cada fin de semana diviso al gran Feliciano San Martín gritando por el Vial, alegando un cobro, pidiendo la hora. Con 80 y 83 años. Los imagino como niños, preparando el paseo del domingo. Sintiéndose vivos, recordando cuando iban con sus padres, cuando había que llegar temprano para encontrar asiento. Hinchas de otra época, pero en realidad de todas. Gente que nos recuerda que esto es amor y es hasta que la muerte nos separe.