Opinión

Carlos Peña: “La izquierda ha mostrado una fractura que será difícil remendar”

Por: La Tercera 19 de Noviembre 2017
Fotografía: La Tercera

Durante esta entrevista, el rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, se referirá en múltiples ocasiones al concepto de “modernización capitalista”. A juicio del columnista de El Mercurio, es justamente la errónea mirada de la Nueva Mayoría respecto a este fenómeno que ha vivido la sociedad chilena el que tiene a la derecha ad portas de volver al poder por segunda vez en menos de una década, otorgándole a Sebastián Piñera una oportunidad que, a su juicio es histórica: refundar y modernizar a la derecha chilena.

¿Qué está en juego en la elección de este domingo?

En lo político hay dos preguntas: una, quién gobernará; otra, quién hegemonizará la izquierda, si acaso los cuadros socialdemócratas o los que riñen con la modernización de la sociedad chilena. En lo económico y social, una: si acaso se persistirá en el proyecto modernizador de las últimas décadas o si, en cambio, se torcerá su curso. Y en lo intelectual, otra: si acaso era verdad que Chile rechazaba la modernización capitalista. La respuesta a esas preguntas, creo, será la siguiente. En lo político, me temo, la derecha ganará por segunda vez el gobierno y, en medio de su derrota, la batalla por el control de la izquierda se intensificará. Este será el legado más notorio de Bachelet . En lo económico, el proyecto modernizador seguirá su curso. Y en el campo intelectual, el diagnóstico según el cual Chile rechazaba la modernización capitalista se mostrará erróneo. La modernización capitalista, lo mostrará las preferencias de la gente, habrá permeado la cultura.

¿Qué aspectos de la campaña le han llamado la atención?

Desde luego, la aparición de figuras televisivas como candidatos . Es síntoma de liviandad que partidos viejos y con tradición -o nuevos con imaginación y talento- crean encontrar en la simple popularidad el sucedáneo del carisma y de las ideas. También es digno de atención que en esta campaña, por vez primera, haya aparecido una izquierda contraria a la modernización de estos años que la otra parte de la izquierda impulsó. Siempre estos procesos de modernización tienen una estela de malestar que algún candidato expresa (es cosa de recordar a Max- Neef y otros), pero esta es la primera vez que ese malestar se ha racionalizado en una fuerza política ambiciosa e intensamente antiliberal. Pero lo más relevante es que nunca, como hoy, los nuevos grupos medios, dinámicos, confiados e indóciles, son los que decidirán la elección.

Piñera dice que Bachelet y la Nueva Mayoría erraron en el diagnóstico del malestar social. Justamente a partir de esa visión ha planteado los ejes de su eventual gobierno, con correcciones a las reformas implementadas por la actual administración. A su juicio, ¿avanza en el camino correcto?

Bueno, la verdad sea dicha, Piñera fue el primero que erró ¿ O acaso ya olvidó las loas que dirigió a los dirigentes estudiantiles y al movimiento que encabezaban sin comprender del todo de qué eran ellos el síntoma? Piñera vio en el malestar una cuestión circunstancial que podía remediarse con astucia; la Nueva Mayoría vio en él un rechazo a la modernización. Ambos se equivocaron. La Nueva Mayoría persistió en ese error de diagnóstico algo que, modestia aparte, yo mismo subrayé desde muy temprano. El error de la Nueva Mayoría, sugerí, era intelectual: diagnosticar mal el estado de la sociedad chilena y ver en los efectos de la modernización rápida, una queja contra la modernización en sí misma. Esa visión que creyó advertir una especie de fractura social en el Chile contemporáneo y un anhelo de cohesión, condujo a devaluar la trayectoria de los grupos medios ascendidos, a negar el reconocimiento a su esfuerzo y a creer que las mayorías en Chile aspiraban sobre todo a la protección del Estado. Esa visión desconoció cuánto había permeado la cultura del capitalismo en Chile, cuyo principal fruto son los grupos medios poseídos por la pasión por el consumo, según la llamó Tocqueville, con gran movilidad intergeneracional, autónomos y orgullosos de sí mismos. Esos grupos anhelan que se les proteja frente a la adversidad de la vejez y la enfermedad, pero sin hacer de ellos objeto del paternalismo. En su afán de ganarse a la izquierda más radical, Guillier adoptó inicialmente una retórica del malestar que lo alejó de esos grupos. Luego se corrigió, pero ya parece tarde. Piñera, en cambio, parece haberse dado cuenta de que la política requiere brindar reconocimiento a esos grupos, cosa que hizo. Ahí está la clave de su probable éxito.

Usted dice que es erróneo pensar que los chilenos rechazan la “modernización capitalista”. Pero hay elementos que dan cuenta de que el “sistema” por sí solo no soluciona todos los problemas. Por ejemplo, el INE ha establecido que la mitad de la población tiene ingresos cercanos a 350 mil pesos mensuales. ¿Es compatible esa realidad con la de una sociedad que no tiene un juicio crítico de la “modernización capitalista”?

Yo no he afirmado que no haya motivos para emitir un juicio crítico, lo que afirmo es que los nuevos grupos medios adhieren a la modernización. El dato del INE es impresionante, sin duda; pero tenga en cuenta que el ingreso per cápita del 10% más pobre ha crecido en 145% desde 1990 a la fecha: un hogar que el 2000 tenía ingresos por 200 mil pesos, hoy percibe 490 mil pesos, según datos del PNUD en su informe Desiguales. Esos grupos que han experimentado cambios tan significativos respecto de su pasado, tienen reclamos, sin duda, pero esos reclamos no ponen en cuestión un proceso modernizador que les ha permitido ser hoy, según muestran las encuestas, muy optimistas respecto del futuro. Eso es lo que digo: la modernización se ha legitimado en esos grupos gracias a esa gigantesca mejora relativa. Para quienes han disfrutado por generaciones de altas rentas, lo anterior parece poco; pero para las grandes mayorías históricamente excluidas que poco a poco han accedido al consumo y salido de la pobreza, que son las que importan, es una experiencia muy liberadora.

¿Cuánto gana y cuánto pierde el Piñera actual al compararse con su versión 2010-2014?

Piñera tiene o insinúa tener tres diferencias con respecto al anterior. La primera, alude a su personalidad. Hoy parece haber reprimido ese aspecto circense, reflejo sin duda de la infancia, que lo mueve a hacer “gracias”, ejecutar pequeñas tonterías cada vez que aparece en público. Hoy se le ve más contenido, más a la altura del rol. La gente que como Piñera no tiene carisma, debe optar por la distancia contenida y la sobriedad en el gesto. Lo segundo es que él parece haber comprendido que el desafío del Chile contemporáneo es ocuparse de lo que pudiera llamarse las patologías de la modernización, la estela de incertidumbre que la acompaña. Atender al temor que acompaña al bienestar de los grupos medios cuya memoria de apenas ayer abriga el recuerdo de las carencias que padecían. Lo tercero es que Piñera, creo, sabe que tiene ante sí la oportunidad de refundar y modernizar la derecha y alcanzar lo que su inconsciente debe anhelar: ser el creador de una nueva derecha, una derecha liberal, de grupos medios, alentados por la meritocracia, lejos del paternalismo moral que algunos de sus socios quieren imponer a las mayorías y alejados del supuesto linaje que algunos carcamales que lo acompañan reclaman para sí. Si Piñera hace eso, y puede hacerlo, pasará, mal que pese, a la historia.

¿Qué flancos abiertos tiene Piñera hoy? ¿Cuánto le pueden afectar los cuestionamientos que sigue recibiendo por su antiguo rol como empresario?

Mire, los cuestionamientos a Piñera por su papel de empresario parecen, cada vez más, una raya en el agua. Son notorios, pero no lo desmedran. Y es que la gente sospecha que él es un personaje innovador, oportunista en el juego de ganar, que a veces no se detiene en detalles. Merton, un gran sociólogo, definía la innovación como una actitud orientada a los fines, pero descuidada en los medios. Pero también sabe que sería un exceso caracterizarlo como el típico político latinoamericano, pícaro y dispendioso. El problema de Piñera no es tanto él como esa otra derecha, la derecha en sentido social, que teme a la cultura de masas, cultiva el mito del origen y no cree en el mérito. Esa derecha es poca y suele ser ridícula, pero es el verdadero problema que acompaña a Piñera, más que su carácter de empresario que no se fija en detalles.

Hace unas semanas, Harald Beyer cuestionó el programa de Piñera. Lo tildó de conservador, no solo en lo valórico. ¿Qué proyección puede hacerse de lo que será su gobierno a partir de sus propuestas programáticas?

El programa de Piñera es conservador en lo valórico, sin duda, y es que, vaya novedad, el suyo es un programa de derecha. Como dije antes, una derecha liberal es para Piñera una tarea, no un activo; un proyecto, no una realidad. ¿Acaso hemos olvidado ya que importantes figuras de la derecha se opusieron al divorcio e incluso anteayer uno de sus candidatos, el que se decía más liberal del todos, al aborto? Así las cosas, el conservadurismo valórico de Piñera es un rasgo de su sector, el precio que paga para no enajenarse parte del electorado que, de otra forma, podría inclinarse a Kast. Una vez que gane el poder tendrá la tarea de fortalecer a los grupos más liberales. Respecto de si es o no conservador en sus propuestas de crecimiento y productividad, puede ser, pero quizá eso no es malo desde el punto de vista político. Piñera, creo, sospecha que la gente está alérgica a los grandes virajes, a la promesa de medidas sorpresivas, y prefiere en cambio consolidar su trayectoria vital de estos años curando los males y temores que la aquejan.

Dada la composición de su base de apoyo, Piñera ha apostado por evitar el debate valórico. ¿Qué tan relevantes son ese tipo de debates para la sociedad chilena?

Pienso que cada día serán más relevantes. Y la razón es sencilla de explicar. La sociedad chilena, creo, ha experimentado un amplio proceso de individuación como consecuencia del cual cada hombre o mujer aspira a adoptar las decisiones que juzga mejores para sí, y espera que esas decisiones sean respetadas por los demás. En consecuencia, todos aquellos aspectos en que el Estado restringe ese ámbito de decisión que cada sujeto reclama para sí -desde el tipo de pareja, la adopción, el aborto o el consumo de drogas- serán tema de la agenda pública y cultural en los años que vienen. Y esa será la mejor muestra de que los chilenos y chilenas aspiran a mayor individualidad y no a ser parte de un colectivo que decida por ellos como a veces algunos sectores políticos, de derecha y de izquierda, parecen creer.

Ante la alta expectativa de triunfo, Piñera y la derecha han instalado la idea de que se están forjando las bases para que el sector detente el poder por ocho, doce años. ¿Lo ve factible? ¿La derecha está preparada para plantearse ese desafío en el plano de las ideas?

Que es factible, parece que sí. El gran error de la centroizquierda -lo he repetido hasta el cansancio- es que por no haber elaborado un proyecto que haga suyo el fruto de su propio éxito, abre la oportunidad, como también lo recordó el ex presidente Lagos o el ex senador Ominami, para que la derecha gobierne un largo lapso. Es pues factible. Aunque yo pienso que no es deseable. Y en cuanto a si está preparada en el plano de las ideas, pienso que no: es demasiado conservadora en lo cultural y nunca ha sido muy reflexiva acerca de las dimensionessociales de la modernización. Ese fue siempre el campo de la izquierda socialdemócrata.

¿Hay espacio para creer en una rearticulación rápida de la centroizquierda que permita a Guillier amenazar la opción de Piñera en segunda vuelta?

Ojalá lo haya, pero parece demasiado tarde. No se trata solo de que los candidatos perdedores de la izquierda declaren su apoyo a quien pase a la segunda vuelta, algo que seguramente ocurrirá. El asunto es más de fondo. La izquierda ha mostrado una fractura que será difícil remendar. ¿Qué podrían esgrimir en común quienes declaran rechazar las tres últimas décadas, como es el caso de Sánchez y quien a última hora las reivindicó para sí, que es el caso de Guillier? El problema de las fuerzas de izquierda es que poseen rasgos ideológicos y concepciones de la política muy difíciles de conciliar. Una de esas fuerzas es generacional y con conciencia de vanguardia y a ese tipo de grupos la derrota no los hiere: es probable incluso que algunos la abriguen como una fantasía de pureza, un momento sacrificial que los dignifica. La otra trató de recuperar tardíamente lo que nunca debió perder: su vínculo con la Concertación y su discurso. Sí, es verdad que Ricardo Lagos podría hacer el esfuerzo por representar la unidad, pero ¿qué credibilidad tendría que quien fue rechazado apenas ayer y se retiró derrotado sea ahora quien indica el camino del triunfo? Así las cosas -deseo equivocarme-, no creo que haya una rearticulación rápida.

¿Qué le parece la candidatura de Guillier? ¿Qué refleja de la situación de la centroizquierda?

Refleja la desorientación con los frutos de su propio éxito. La centroizquierda impulsó una rápida modernización, cambió la trayectoria vital de millones de hombres y mujeres, amplió el consumo, extendió la escolaridad superior a niveles apenas ayer inimaginables y todo eso dio origen a grupos medios más autónomos, a una generación que justo porque es más escolarizada es más indócil, y en vez de elaborar un proyecto estratégico capaz de racionalizar las expectativas de esos grupos y conducir los frutos de la modernización, escogió a un candidato que mira con nostalgia ¡la figura de Pedro Aguirre Cerda y confunde los nuevos grupos medios con la vieja mesocracia! Es difícil imaginar una desorientación mayor, cuyo principal fruto será probablemente el triunfo de la derecha ¿Quién iba a pensar que la coalición más exitosa de la historia política de Chile iba a ser incapaz de comprender su propio éxito al extremo de llegar en ocasiones a avergonzarse de él?

¿Era muy distinta una elección con Ricardo Lagos en carrera?

No podemos saber qué habría ocurrido con Lagos frente a Piñera, pero algo es seguro: la campaña habría apelado a la inteligencia de los ciudadanos y la izquierda habría consolidado un proyecto amistoso con la modernización y fortalecido la conciencia de que el mercado y la modernización no son enemigos de la libertad y el bienestar de las mayorías. En otras palabras, habría existido la oportunidad de fortalecer una izquierda sin resabios religiosos, sin tanto anhelo de comunidad, capaz de promover la igualdad sin olvidar las virtudes del individualismo y el mérito personal. Esa, difícil y todo, es la tarea de los años que vienen.

¿Qué proyección hace del Frente Amplio?

Veo en el Frente Amplio un grupo con un componente generacional muy marcado y a dirigentes que poseen una cierta conciencia de vanguardia que los hace tener una visión algo distorsionada de la sociedad chilena. La gente que tiene una conciencia de vanguardia, una idea exaltada de sí misma, necesita un público anhelante de cuidado y de liberación, algo que no se condice con la individuación que ha experimentado la sociedad chilena ¿Tiene futuro el Frente Amplio? Para tenerlo debe evitar el componente puramente generacional, sacudirse esa conciencia de vanguardia algo paternalista de algunos de sus dirigentes y evitar el sentido de misión que puede distorsionar su mirada de la realidad. El espíritu de Un Techo para Chile, por decirlo así, que veo en algunos de sus dirigentes, es encomiable y digno de admiración, pero no es del todo adecuado para la política.

¿Qué futuro le depara a la DC? ¿Es factible que el resultado que obtenga Carolina Goic determine la desaparición del partido?

Mire, la DC nació incómoda con la modernidad y apostó siempre a superarla mediante un proyecto de tercera vía, comunitario, una suerte de Nueva Cristiandad. Todo eso suena hoy absurdo y descaminado, pero fue la ideología de sus mejores momentos. Carolina Goic ha intentado recuperar algo de ese espíritu con sus apelaciones a la ética; pero esas apelaciones no alcanzan para conformar un proyecto político, menos en las condiciones de la sociedad contemporánea. El propósito de moralizar la vida pública, observó alguna vez Luhmann, un gran sociólogo, es una forma de impotencia de la politica. La DC está confirmando algo que ya ha ocurrido en otras partes: es una rareza en el mundo de hoy.

Más allá de lo que suceda el domingo, ¿queda Goic en buen pie para liderar un nuevo proyecto político?

Me parece que no. Y es que para liderar un proyecto político hay que tener uno. Y la DC desgraciadamente no lo tiene. Déjeme hacer una breve digresión para explicar esto. El papel de la DC de todos estos años reposó sobre un diagnóstico que alguna vez formuló Arturo Valenzuela: el sistema político se quebró, observó él, cuando el centro dejó de mediar entre las fuerzas en competencia y optó por el camino propio. La Concertación, y especialmente la izquierda, aprendió esa lección: hay que gobernar con el centro. Y allí la DC encontró su destino. Pero se trata de un destino fugaz, porque poco a poco ese lugar de mediador, de fiel que da el equilibrio, se transformó en un papel puramente funcional, en un rol que acabó desproveyéndola de sentido ideológico. Y el resultado está a la vista, a falta de ideas una sola palabra repetida una y mil veces: ética.

¿Qué mirada tiene sobre la candidatura de José Antonio Kast? ¿Puede esperarse la articulación de una derecha dura en torno a él en el futuro?

Si la derecha dura es la derecha social, la que no se toma en serio la meritocracia, la que vive de la ilusión tonta del linaje y es prepotente en su quehacer, no cabe duda que esa está con Piñera y no con Kast. Y la tarea de Piñera en vez de articularla será doblegarla. En cambio, la derecha que Kast ha logrado atraer es lo que pudiera llamarse la derecha más bien sencilla, de ideas gruesas y toscas; la derecha, por decirlo así, básica, que resume su ideario en la oposición al aborto, la defensa del empleo de armas, el Estado mínimo y el orgullo por el quehacer de la dictadura. El talento de Kast, que lo tiene, sin duda, ha consistido en hacer de ese puñado mínimo de creencias algo que parece un ideario.

Usted dice: “me temo, la derecha ganará por segunda vez el gobierno”. En radio Zero, esta semana, decía que en ningún caso se le podía suponer una identificación con la derecha. ¿Dónde se sitúa políticamente usted? ¿Desde qué lugar analiza la contingencia?

Le agradezco esa pregunta que me permite salir al paso de un error frecuente. Ese error consiste en creer que es lo mismo “constatar” que “adherir”. Y se trata de cosas distintas. Una cosa es reconocer una realidad; otra cosa adherir a esa realidad. Son cosas distintas: reconocer que la derecha probablemente se haga del poder es una cosa, alegrarse por eso o mostrarse de acuerdo con eso es otra. Mis análisis tratan de describir la realidad, no expresar mis deseos o preferencias. Y cuando uno describe la realidad, o trata de hacerlo como yo lo hago cada semana, intenta poner en paréntesis sus preferencias y dejar la palabra a los hechos. Es el ideal de Spinoza en el que creo: mirar sine ira et studio, pensar sin risa ni llanto. Dicho eso, creo en una izquierda liberal, que sepa apreciar las virtudes del individualismo y la libertad personal, que no riña con la modernización y se cure de cualquier ilusión religiosa como la de pensar que debemos vivir en comunidad, abrigados por el colectivo.

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