Opinión

De Moriori

Por: Diario Concepción 08 de Noviembre 2017
Fotografía: Carolina Echagüe M.

Por: Andrés Cruz Carrasco
Abogado, Magíster Filosofía Moral

En el siglo XIX, los británicos se encontraron en las Islas Chatham (cerca de Nueva Zelanda) con unos aborígenes que se hacían llamar “Rekohu” o “moriori”. Eran una comunidad muy primitiva de recolectores que profesaba la paz y el verdadero amor de los unos para con los otros, que al no haber desarrollado la navegación, permanecieron absolutamente aislados.

Su lengua no tenía la palabra “raza”, para ellos todos eran “gentes” y merecían el mismo respeto y consideración. En su novela “Atlas de las nubes”. David Mitchell relata: “Desde un tiempo inmemorial, la casta sacerdotal de los moriori dictada que quienquiera que derramase sangre humana aniquilaría su propio mana, esto es su honor, su valía, su posición social y su alma”.

Según este autor “la guerra era un concepto tan ajeno a los moriori como el telescopio a los pigmeos”. Pero esta paz se extendió hasta que los europeos, en su mayoría delincuentes y analfabetos, llegaron e introdujeron diversos animales que destruyeron todo el hábitat armónico gestado entre la naturaleza y los seres humanos, que se sentían parte de ella y no por sobre ésta.

Este colectivo fue víctima de las más diversas enfermedades que sus médicos brujos no fueron capaces de combatir y que sus dioses se negaron a erradicar. Pero el golpe mortal llegó en 1835, cuando 900 maoríes supieron de esta pacífica población y llegaron a las islas, tras un viaje muy duro, siendo acogidos por los indígenas locales, que en vez de masacrarlos, aprovechando que estaban moribundos, decidieron repartir con ellos lo que quedaba de su Edén.

Luego de recuperarse, los maoríes les anunciaron a los moriori que pasaban a ser los dueños de esas tierras y ellos sus esclavos. En Te Awapatiki, los moriori más ancianos impusieron la vigencia de la tradición a los más jóvenes. En lugar de luchar había que abrazar al enemigo. Así, los maoríes, previo su haka hoy tan de moda, procedieron a atacar a sus anfitriones, empalando y descuartizando a mujeres y niños.

En la playa de Waitangi, 50 de las víctimas fueron decapitadas, fileteadas y asadas, y luego devoradas por los nuevos colonizadores. Para Mitchell, la moraleja sería: “La paz, por más preciada que sea a los ojos de nuestro Señor, es una virtud esencial sólo si el vecino comparte la misma creencia”. Los moriori están hoy extintos, desparecieron sus brujos y nadie le reza a sus dioses, que en todo caso deben haber visto con regocijo su holocausto, ya que lo padecieron por no deshonrar sus “tradiciones”.

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